Esta historia ha sido traducida íntegramente por el Equipo Canalla de Xenafanfics, y cuenta con el permiso de la autora para su publicación.

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Los personajes de Xena y Gabrielle son propiedad de MCA/Universal y Renaissance. Aquí no son utilizados con ánimo de lucro o con la intención de infringir sus derechos de autor. El resto de la historia es de mi propiedad (fechada el 10 de febrero de 1998 por L.N.  James). Ningún aspecto original de esta historia podrá ser usado en cualquier otro sitio sin el previo consentimiento por escrito del autor. La historia no podrá ser alterada de ninguna forma y esta información sobre los derechos de autor debe siempre aparecer junto a la obra. Quisiera agradecer a las chicas del Whoa Howdy su infinita paciencia, sus ánimos y su colaboración en todo lo concerniente a Queen. También quiero dar las gracias a mi maravilloso editor, cuyas sugerencias realmente me facilitaron mucho las cosas. 

 

Aquí está mi Inspiración.

 

 

 


Reina

 (Queen)

 

por

L.N. James
lnjames@squonk.net

 

 

 

 


Una ligera brisa primaveral extendía el perfume de las primeras flores por todo el camino hacia Atenas. El verdor rodeaba a las viajeras por ambos lados, hasta donde alcanzaba la vista. A pesar de lo soleado del día, el tráfico era muy escaso en esa ruta, y el camino apenas si era capaz de permitir el paso de dos personas una al lado de otra, y mucho menos el de una carreta. Se trataba de un camino secundario hasta el interior de la ciudad, mucho más seguro y privado que algunos de los principales. A veces, se agradecía contar con eso.

 

¾¡De eso nada! ¡Cinco dinares dicen que soy capaz!

 

Las cejas de Gabrielle se elevaron de forma desafiante hacia Xena, sonriendo descaradamente. Deteniéndose, ésta apoyó una mano sobre su cadera cubierta de cuero y devolvió a su amante otra visiblemente irónica. Mientras, Argo aprovechó la improvisada pausa para mordisquear un poco de la dulce hierba que creía a lo largo del camino.

 

¾Gabrielle, no tendrás cinco dinares que darme cuando gane.

 

Apoyándose en su cayado, la bardo levantó una mano y apuntó con un dedo hacia la guerrera, desplegando sus astutas habilidades para salirse con la suya.

 

¾Ah, estás asustada. Siempre te sale esa sonrisa irónica cuando sabes que tengo razón.

 

Los azules ojos de Xena brillaron al mirar a la bardo mientras sonreía. La luz del sol se filtró a través de los árboles y de algún modo alcanzó la sedosa claridad del pelo de Gabrielle, que se apareció como hilos de oro a los ojos de la guerrera (y no es que nunca los hubiera llamado así, claro). La bardo permaneció de pie frente a Xena, mirándola de igual a igual. Los lisos músculos que se dibujaban sobre el vientre de Gabrielle eran suficiente para distraer a Xena en el supuesto caso de que ella lo permitiera. Por supuesto, la guerrera ya se había mostrado profunda y repetidamente interesada en todas y cada una de las demás partes del cuerpo de la bardo en el pasado. Pero en ese momento,  Xena se encontraba cautivada por la más condenadamente elegante mueca sobre el puente de la nariz de Gabrielle que hubiese visto, la que siempre aparecía junto a su sonrisa. Absolutamente deliciosa.

 

¾Gabrielle, lamento desilusionarte, pero nadie va a creérselo, lo siento. Tal vez lo harían si fuera al contrario...

 

 La bardo entrecerró los ojos y se acercó aún más a Xena, sustituyendo su expresión por otra escrutadora. A pesar de lo intimidatoria que la princesa guerrera pudiera ser para otras personas, Xena se había dejado controlar ligeramente por una tenaz, valiente y digna de confianza bardo de Potedaia. Por supuesto, hasta dónde llegaba ese control era otra cuestión.

 

¾Tienes miedo, ¿verdad?

 

La guerrera soltó una risita y miró por encima del hombro de la bardo, ajustándose el peto con un encogimiento de hombros.

 

¾Apenas.

 

Gabrielle sonrió mientras elevaba su mano hasta el cálido cuero que cubría la cadera de Xena, acariciándolo suavemente con los dedos. La presión provocó que los ojos de la guerrera se dirigieran de nuevo hacia el rostro de Gabrielle y miraran con intensidad a su hermosa compañera. Con suaves palabras, la bardo contempló el interior de sus azules ojos.

 

¾Veamos si alguien cree que eres mi esclava. Si lo hacen, bueno, entonces cinco dinares es un precio muy bajo a pagar.

 

Xena sonrió y se inclinó hacia ella, dejando sus caras a unos pocos centímetros de distancia.

 

¾¿Y si yo tengo razón y no lo creen?

 

Gabrielle tiró de ella, se presionó con más fuerza contra sus caderas, le sostuvo la mirada y habló con voz baja y seductora.

 

¾Entonces tendrás... cualquier cosa... que desees, guerrera.

 

Quedaron en silencio un momento, mientras sus miradas se atrapaban mutuamente. La proximidad de ambos cuerpos provocó que el olor del cuero y  la fragancia de la bergamota se entremezclaran. Con un leve asentimiento, Xena mostró su conformidad, y una de las cejas de la bardo se elevó al tiempo que sonreía. Si Gabrielle hubiera querido, podría haber exigido ya un dinar por esa pequeña victoria. Sin embargo, supuso que era justo, especialmente sabiendo que tenía a Xena en la palma de la mano. Por supuesto, eso no significaba que no fuese así también al contrario, porque lo era. De hecho ambas, guerrera y bardo, estaban tan estrechamente unidas que ninguna tenía pensado soltarse en mucho tiempo. Sin embargo, les gustaba jugar tal y como lo hacían los amantes, y algunas veces forzaban ciertos límites, sólo para ver qué pasaba.

 

Apartándose de la guerrera, Gabrielle se giró y echó a andar hacia Atenas sin mirar atrás. Con una sonrisa, Xena agarró las riendas de Argo y la siguió, jugando con la idea de que alguien pudiera tomarla por esclava de Gabrielle. Era absurdo. Absolutamente increíble.  ¡Ja Ja!

 

 

 


Xena había mirado a la bardo desde cierta distancia mientras viajaban hacia Atenas, pero ni una sola vez ella le prestó atención ni hizo amago de esperarla. Todo lo que Xena podía ver era el balanceo de las caderas de Gabrielle mientras su figura se movía casi... regiamente frente a ella. El caminar de la bardo era decidido y suave, y daba cada paso con la elegancia de una Reina Amazona. Pero era el condenado modo en que la falda de Gabrielle crujía y cómo la columna de músculos de la parte baja de su espalda se flexionaba con cada paso lo que hizo a Xena reconsiderar su apuesta. Si tuviera que servir a alguien, esa sería Gabrielle.

 

Una vez en la ciudad, Gabrielle fue directamente hacia una taberna ubicada en una de las calles principales de la ciudad. Sonriendo, Xena reconoció el lugar inmediatamente. Se habían hospedado allí durante el Festival de Dionisos, ya que sus amigas Diana y Trista regentaban la taberna y la posada. Buena elección. Parecía que Gabrielle pretendía inclinar la balanza a su favor, y qué mejor modo de hacerlo que elegir un lugar seguro, familiar. Xena no tenia ni la menor idea de a cuántas personas necesitaría convencer, pero de lo que sí estaba segura era de que sus amigas no iban a encontrarse entre ellas. Con una sonrisa, Xena llevó a Argo hasta el establo y decidió hacer esperar a la bardo mientras ella cepillaba cuidadosamente a la yegua, empleando en ello casi una marca de vela. Gabrielle no salió ni una sola vez a ver qué hacía, y la guerrera tuvo tiempo de reflexionar en la silenciosa cuadra.

 

Muchas cosas habían cambiado en su vida desde que Gabrielle había llegado a ella. De hecho, a pesar de los malos momentos, nunca se había sentido más feliz. Era un poco extraño creer que alguna vez tendría la posibilidad de sentirse así, dado que su propia juventud había estado llena de tanta oscuridad. No era sencillo enfrentarse con un pasado que parecía salir a la luz allá donde fuesen. De cualquier forma, con la aceptación y el amor de la bardo, Xena sentía que sería capaz de adaptarse y dejar todo eso atrás. Mejor aún, con Gabrielle, la guerrera era capaz de contemplar un presente y un futuro que, a pesar de los inesperados reveses de la vida, se verían por fin llenos con la luz del amor de la bardo. Xena sonrió al inclinarse sobre Argo y palmearle el flanco.

 

¾Tiene algo, ¿verdad, chica?

 

Argo resopló y sacudió ligeramente la cola mientras Xena le sonreía. Caminando hacia la puerta de la cuadra, la guerrera se preparó para descubrir lo que su “lo que fuese” tenía planeado para ella. Tal vez jugase un poco más con Gabrielle sólo por hacerla feliz porque, la verdad, era increíble que ella fuese su esclava. Después de todo  - Xena se estiró para alcanzar toda su altura, ciñó la vaina de cuero contra su espalda y acomodó su chakram -  ella era La Princesa Guerrera, ¿o no?

 

Una marca de vela más tarde, Xena seguía sentada en la barra, saboreando su cerveza. Había estado un rato charlando con las dueñas del local, amigas desde hacía ya tiempo. La taberna de la posada estaba a rebosar, llena en su mayoría por mujeres, como Xena pudo comprobar. No era sin embargo algo sorprendente, dado quién la dirigía y el hecho de que su encantadora reputación se había extendido por los círculos de amazonas, entre otros. Había rumores de que incluso Safo había pasado allí una tranquila noche, algo sorprendente dada la extrovertida personalidad de la poetisa. Sin embargo las habitaciones eran escasas, no más de 10 cuartos para huéspedes, de manera que la mayor parte del negocio de la taberna provenía de aquellos que se detenían simplemente por la fantástica comida que Diana cocinaba. Aunque conocía a las dueñas, Atenas era un lugar enorme y la fama de Xena pasó casi inadvertida en la estancia. Había tantas mujeres guerreras en el lugar que una más tenía la misma importancia que un sombrero viejo.

 

Con otro trago de su cerveza, Xena resistió el impulso de investigar dónde había ido Gabrielle y qué estaba tramando. Esperaría, sólo por educación. No quería descubrir y echar por tierra los planes de la bardo. Después de todo, Xena era, más que ninguna otra cosa, justa; y tenía toda la intención de permitir a Gabrielle convencer a esa multitud de que era la dueña absoluta de la princesa guerrera.

 

Una ligera sonrisa cruzó los labios de la guerrera. Era casi demasiado ilógico como para considerarlo siquiera, pero Xena estaba de buen humor esa noche. Su viaje hasta aquí había sido agradable y los asuntos que habían tenido que atender (simplemente depositar algunos de los pergaminos de Gabrielle en la Academia para su conservación) apenas entrañaron peligro. De hecho, la guerrera se estaba planteando, mientras estiraba las piernas y las volvía a colocar sobre su taburete, que el pasar un par de noches en Atenas sonaba francamente relajante y tentador. Con ese pensamiento, Xena se llevó de nuevo la copa a sus labios y comenzó a beber.

 

De pronto, las voces y risas que habían llenado la taberna hasta ese momento dieron paso a un abrupto parón:  un silencio sepulcral seguido de varios gritos sofocados. Todos los ojos se dirigieron hacia las escaleras y Xena giró también hacia allí su mirada. Distraídamente, dejó su cerveza y simplemente observó junto al resto de la sala.

 

Caminando despacio y bajando los escalones con grandiosidad, Gabrielle era la imagen de la perfección, era La Reina Amazona. Con una leve elevación de su barbilla, Gabrielle se detuvo sobre el escalón más bajo y permaneció de pie, absorbiendo la mirada de toda la habitación con una indiferencia casi regia, pero transmitiendo al mismo tiempo que apreciaba a todos y cada uno de sus ocupantes. Iba vestida con los mismos atuendos reales que llevó la última vez que estuvo con las amazonas, cuando recibió la máscara de Reina. Su aspecto era sencillamente majestuoso. Alrededor de su cuello, llevaba un collar de delicadas plumas y su pelo estaba recogido en la parte de atrás por una zigzagueante banda marrón, de forma que unas pocas trenzas quedaban entrelazadas con la seda dorada. Su top de ante parduzco y puntadas brillantes formaba remolinos en un sencillo pero impresionante modelo.  Afortunadamente, esta particular forma de vestir entrañaba menos material que su traje habitual y así la extensión de los músculos de su abdomen quedaba deliciosamente expuesta. Colgando de sus caderas, el elaborado cinturón de amazona sujetaba su falda, en la cual plumas, joyas e hilo dorado formaban delante un diseño en V y mantenía las diferentes capas de la falda en su lugar. Apenas visibles, los lados de la falda estaban cortados por encima de sus muslos y una pieza de tela púrpura oscuro caía por debajo. A lo largo de sus brazos se había colocado los tradicionales guanteletes de amazona, de cuero oscuro tejido y adornado con plumas y ornamentos artesanos de bronce. Sobre su bícep izquierdo se situaba un simple brazalete, rodeando los firmes músculos que Gabrielle había desarrollado, y que también estaba hecho a mano con plumas y metal. Finalmente, y de mayor importancia, estaba la hombrera de Reina, sobre su brazo derecho. Prendido del tirante del top, el metal se moldeaba en forma de curvas y adornos que lo sujetaban al brazalete. Este único emblema (junto con la máscara que había sido destruida) simbolizaba el título y la posición de Gabrielle como Reina de las Amazonas. Y, en ese momento, de pie en aquella posada, Gabrielle era efectivamente, La Reina.

 

Detrás de Gabrielle, sobre los escalones, se erguían dos hermosas y fuertes amazonas armadas con lanzas, que observaban a todo el mundo como si fueran a dar sus vidas para defender a esa reina. En verdad, así habría sido, y de hecho casi se habían peleado entre ellas cuando Gabrielle entró un rato antes, las vio, y anunció que necesitaría sus servicios para asistirla durante la noche. La oportunidad de ser guardia de la reina, sin importar que fuera innecesario en esa posada, constituia una oportunidad única en la vida y un honor concedido a aquellas dos mujeres. ¡Espera a que regresaran y se lo contaran a sus amigas! Ephiny, naturalmente, las gobernaba en casa, pero el ilustre título de Gabrielle le otorgaba el derecho de reinado cuando ella eligiera recurrir a ello. Era una especia de potestad compartida y, en realidad, a ninguna de las amazonas le importaba servir ya fuera a Ephiny o a Gabrielle cuando o donde quisieran. ¿Quién no querría?

 

Con un barrido de sus ojos esmeralda, Gabrielle se introdujo en la sala con desenvoltura, registrando y manteniéndose brevemente sobre cada uno de sus ocupantes antes de seguir adelante. No había necesidad de decir a quienes no eran amazonas que esa mujer pertenecía a la realeza. Se podía determinar en gran medida por su atuendo y su guardia. Sin embargo, el resto de la sala también sentía que esta mujer tenía un delicado poder y una honradez que alcanzaba a todos aquellos sobre los que reinaba, no a través de la intimidación, sino de una personalidad pura. La mujer que los contemplaba desde arriba era efectivamente alguien que poseía esa esquiva cualidad para todos aquellos que le habían declarado su respeto y su admiración. Estaba claro que las amazonas reconocían la posición de esa mujer, y el resto de las atenienses y los viajeros de la taberna no parecían estar en desacuerdo. Además, ¿con qué frecuencia podía uno cenar en la misma sala que una Reina?

 

La mirada de Gabrielle se paseó de un lado al otro de la habitación hasta que, finalmente, descansó sobre un par de ojos azules. Xena, por su parte, no sólo había enmudecido, sino que además estaba sin aliento. Desde el primer momento en que había visto a Gabrielle bajar las escaleras hasta ahora, había quedado total y absolutamente capturada. Incluso aunque ya había visto brevemente a Gabrielle en toda su realeza, realmente no había tenido tiempo de presenciar lo bien que a su bardo le sentaba el papel de Reina Amazona. Había sido aquel un momento agitado, y su mente había estado en otro sitio (concretamente luchando por su propia vida) la última vez, pero ahora, podía ver realmente en qué se había convertido Gabrielle. La comprobación de lo mucho que había cambiado la mujer que amaba resultaba sorprendente. Esa no era la chica a la que había rescatado de los mercaderes de esclavos. Se trataba de una mujer poderosa, madura y segura de sí misma que se había ganado los corazones de las amazonas como su reina y se había apropiado del corazón de la princesa guerrera para el suyo propio. Al diablo los cinco dinares.

 

Con pasos deliberadamente lentos, Gabrielle avanzó por la taberna con sus ojos aún firmemente unidos con los de Xena. Cuando el resto de la sala comenzó a cuchichear, sus palabras eran sensiblemente mucho más suaves y calmadas que antes. Nadie parecía querer romper el hechizo mientras contemplaban a la reina caminar lentamente sobre el suelo de la taberna, con sus guardia detrás. De hecho, la mayoría de la gente calló de nuevo con rapidez cuando se dieron cuenta de que la reina se dirigía hacia una imponente mujer guerrera sentada en la barra. La mujer no era una amazona, todos podían verlo por su apariencia. Sin embargo, se mostraban curiosos, puesto que podían sentir “algo” que irradiaba entre los cuerpos de ambas mujeres. Indefinible, pero tangible. Casi podían tocarlo.

 

Para ser una sala llena de gente, Xena sentía que estaba a solas con la reina, absorta en esos ojos verdes. En realidad, no le importaba nada el resto de los que allí se encontraban, simplemente dejaron de existir. Gabrielle la tenía. Completamente. Y quisiera lo que quisiera, Xena, la princesa guerrera, se lo iba a dar.

 

Tragó saliva cuando vio a Gabrielle detenerse a su lado, saboreando la inconfundible esencia de su amante en la suave brisa que permanecía tras sus pasos. Era intoxicantemente dulce, una mezcla de suave cuero, especias, jabón, aire fresco y el propio sutil aroma de la reina. A Xena se le subió rápidamente a la cabeza y puso una mano sobre la barra para no caerse. Bueno, Xena no era ni mucho menos una colegiala, pero en ninguna de sus vastas y variadas experiencias, nadie nunca,  nunca la había afectado como lo hacía Gabrielle. de hecho, la reina podría haber pedido entonces su segundo dinar sólo por el modo en que el cuerpo de Xena estaba respondiendo.

 

Silenciosamente, Xena observó cómo la expresión de Gabrielle se intensificaba al mirar a la guerrera, los labios de la reina entreabriéndose ligeramente mientras los humedecía sensualmente con su lengua. Los ojos de Gabrielle abandonaron los de Xena y descendieron, posándose sobre la bebida que la guerrera tenía entre las manos. Lentamente, Gabrielle elevó la vista de nuevo y capturó su azul profundo una vez más. Con un movimiento de cabeza hacia la barra y entrecerrando ligeramente los ojos, la reina le demandó una bebida.

 

Dándose la vuelta, Gabrielle dirigió a su guardia hacia una mesa vacía y espero a que una de las mujeres le apartase la silla antes de sentarse con un aire de suave gracilidad. Tras acomodarse, cruzó lentamente una pierna sobre la otra y se reclinó hacia atrás. Descansando su codo en el brazo de la silla, la mano de la reina fue hasta su barbilla, y se acarició pensativamente el labio inferior con el dedo apreciando a Xena, como si sopesara cómo sería acostarse con una guerrera como ella. Sus ojos bebieron de la musculosa figura de Xena con una confianza relajada mientras comenzaba a tamborilear con los dedos de la otra mano sobre el brazo del asiento. La reina estaba obviamente esperando que Xena la atendiese.

 

Contemplando a la reina dirigirse hacia una mesa y sentarse, Xena casi tuvo que sacudir la cabeza. Había visto a Gabrielle ser agresiva antes, por supuesto. Y por supuesto, había sido el blanco de las... tácticas de su amante cuando estaban a solas (en honor a la verdad, a Xena eso le gustaba. Mucho). Pero esa noche, había algo diferente en Gabrielle. Y algo diferente en Xena. Aunque se tratara de una elaborada actuación, había algo más. La verdad es que nadie en el mundo podía hacer que Xena se sometiese. No pertenecía a ningún dios, a ningún rey, a nadie. Pero Gabrielle, reflexionó Xena, la tenía mucho más sujeta de lo que jamás hubiese creído posible, con un tipo de poder distinto. Los dioses controlaban gracias a su habilidad para manipular a los mortales e intimidarles, y los reyes gobernaban con sus ejércitos y su dinero.

 

Gabrielle lo hacía con un profundo, completo e intenso amor.

 

 


Xena arrojó un dinar sobre la barra y esperó a que Diana llenara dos jarras de cerveza. Allí de pie, era perfectamente consciente de que la mirada de la reina se encontraba sobre su espalda, puesto que sentía dos puntos de suave calidez recorriendo su piel. Sabía que estaba siendo examinada y se recompuso casi imperceptiblemente, como para hacerse merecedora de la mirada de Gabrielle. Pasándose rápidamente la mano por el flequillo, no pudo por menos que reírse de sí misma. ¡Dioses, estaba nerviosa!

 

Agarrando las jarras, se irguió e inició el camino de vuelta. Como era de esperar, la reina la estaba mirando. Todo el mundo lo hacía. Xena avanzó hasta situarse cerca de la mesa y, curiosamente, se detuvo. Gabrielle aún no había dicho una palabra y simplemente paseaba su mirada arriba y abajo por el cuerpo de la guerrera, deteniéndose ligeramente en los lugares en los que su piel quedaba al descubierto y dibujaba sus bronceados músculos. Mirándola ahora a los ojos, Gabrielle elevó una ceja y señaló con la cabeza hacia la copa que permanecía en la mano de Xena. Ese pequeño gesto significó para los que miraban que la reina encontraba adecuado el pequeño regalo que se le ofrecía. Con una ligera sonrisa, Gabrielle emitió entonces su primera orden.

 

¾Siéntate.

 

En ese momento, Xena no tenía planes inmediatos de salir corriendo de la taberna ni quedarse de pie durante mucho más tiempo, así que no le fue difícil obedecer. Y a pesar de que se sentía impulsada a sonreír irónicamente a Gabrielle, sintió de algún modo la obligación de no hacerlo. Ni de desobedecer. De hecho, Xena encontró irresistible el sutil poder de la reina. Divertido. Era como si el comportamiento y la actitud de Gabrielle hubiesen cambiado cuando bajó aquellas escaleras y con ello, Xena hubiese cambiado también. La guerrera inconscientemente se dejó llevar y decidió entregarse completamente en manos de la reina. Internamente, su mente se resistía a la idea de ser controlada, pero la respuesta de su cuerpo ante esa Gabrielle era inconfundible. Se dio cuenta de que mente y cuerpo lucharían para someterse o rebelarse al pequeño juego de Gabrielle. Tragándose su orgullo, Xena se sentó en una silla cercana y, silenciosamente, colocó su jarra de cerveza frente a ella. Parecía que era capaz de entregar un dinar tan desinteresadamente como un beso.

 

La guerrera observó cómo la mano de Gabrielle alcanzaba elegantemente el asa de la jarra y se la llevaba a los labios, dirigiendo su mirada hacia los ojos azules de la guerrera mientras tomaba un trago del fresco líquido. El modo en que sus labios  tocaron el borde del recipiente se le asemejó a una bendición, un suave beso prometido sólo a aquien realmente lo mereciera. Xena no pudo evitar que sus ojos trazaran el recorrido de la garganta de la reina cuando la bebida se deslizó lentamente por su interior.

 

Esto ya era demasiado y la guerrera entrecerró los ojos con reflexiva emoción. Por ser esa copa  que acababa de tocar los labios de Gabrielle o el líquido que acababa de beber... dioses, Xena habría dado un reino.

 

Silenciosamente, una de las camareras fue hasta la mesa y se colocó entre Xena y Gabrielle, claramente centrada en la reina mientras esperaba el pedido. Las dos guardias amazonas se habían situado tras la mesa, pero seguían vigilando a todo el que se acercaba. Lentamente, Gabrielle bajó su copa y la depositó en la mesa, manteniendo sus ojos sobre Xena en todo momento. Sonrió cuando la guerrera se dirigió a la muchacha, atrajo su atención y pidió por ambas.

 

¾Tomaremos...

 

Antes de que Xena pudiera decir algo más, sintió la mano de la reina sobre su muslo. Atrayendo la mirada de la guerrera hasta que se encontró con la suya por medio de una suave presión, Gabrielle se inclinó y le habló con voz lo suficientemente baja como para que sólo ella pudiera oírla.

 

¾Yo ordeno. Tú sirves. Intenta recordarlo.

 

Los ojos de Xena se abrieron desmesuradamente mientras Gabrielle recuperó su posición y se dirigió hacia la camarera.

 

¾Mi pedido, por favor.

 

Asintiendo, la muchacha desapareció. Por lo visto, Gabrielle había hecho disposiciones previas con Diana cuando llegó (de hecho, a la bardo le había llevado algo de tiempo convencer a la amiga de Xena de que todo estaba controlado y de que le siguiera el juego). La reina se reclinó de nuevo mientras sus ojos verdes brillaron en dirección a la guerrera. Con un nuevo trago de cerveza, le dirigió una inclinación de cabeza.

 

¾Puedes beber.

 

Bueno, las cosas claras... Xena decidía si bebía o no y cuándo lo hacía, muchas gracias. Elevando su mano, la guerrera protestó.

 

¾Gabrielle, esto ya me parece...

 

Con elegante rapidez, Gabrielle se encontraba de pie y con las manos apoyadas en los brazos de la silla de Xena. Inclinándose sobre la sentada guerrera, sus ojos relampaguearon y sus labios se movieron hasta el oído de Xena.

 

¾Me perteneces, Xena.

 

Xena observó el cuerpo de Gabrielle retirarse y capturar sus ojos una vez más, ahora de modo desafiante. La promidad del cuerpo de la reina y su mirada hicieron que la guerrera reconsidera su protesta. En realidad, esta noche Gabrielle poseía a Xena. La reina lo sabía, la guerrera lo sabía, y el resto de la taberna podía verlo claramente. Gabrielle reclamó a Xena desde el momento en que bajó las escaleras y ejerció minuciosamente su poder sobre ella. Xena tragó saliva cuando la mano de Gabrielle se movíó hasta su cara, recorrió con los dedos por la firme línea de su mandíbula y se detuvo en su barbilla. Todo se desvaneció cuando la reina llevó sus labios hacia los de Xena y la besó. Gabrielle había besado antes a Xena un millón de veces, pero este beso le pareció una bendición de los dioses por su dulzura. Todo lo que la guerrera pudo hacer fue cerrar los ojos y dejar que la suave pero constante presión de la reina la reclamara. De los labios de Gabrielle, el azúcar no podría haber sabido mejor. Y por los labios de Gabrielle, Xena se vendió completamente.

 

La guerrera sintió que Gabrielle se retiraba, pero sus ojos permanecieron cerrados. Respirando profundamente, sintió las yemas de los dedos de la reina viajar por sus mejillas y sus cejas manifestando su delicado dominio. Cada roce afirmó que Xena pertenecía a Gabrielle. Sus dedos eran suaves y ligeros en su camino por los sedosos y oscuros mechones que caían a ambos lados de la cabeza de Xena. A lo largo de su hombro, la guerrera se estremeció en cada lugar en que los dedos de Gabrielle le rozaban, siguiendo por su brazo y entrelazándose con los de ella al llegar al final. Al sentir una suave presión, Xena finalmente abrió los ojos.

 

Lo que encontró entonces fue la más maravillosa sonrisa que había visto nunca sobre la cara de Gabrielle. Sus ojos verdes irradiaban ligeros matices dorados, y esa peculiar y elegante arruga sobre su nariz le provocó una inevitable sonrisa. Gabrielle habló suavemente a través de su sonrisa.

 

¾¿Bien?

 

Con un leve e inmediato asentimiento, Xena accedió. A todo.

 

¾Bien.

 

Una última caricia de su mano y la reina la soltó, regresando lentamente a su silla, con la ceja levantada ante las miradas de algunos de los presentes. Rápidamente, las mujeres de la taberna regersaron a sus respectivas comidas, satisfechas de que la Reina Amazona hubiese dominado tan fácilmente a la mujer guerrera. Si antes no era una esclava, ahora sí.

 

Sus jarras habían sido rellenadas y la conversación era escasa. Esa noche, Gabrielle pareció inclinarse por un majestuoso silencio en lugar de sus habituales bromas. Xena no era estúpida, y dada la reserva general mantuvo la boca cerrada. Por parte de la reina, sus ojos hablaron bastante por las dos.

 

Muy pronto, la camarera trajo tres platos de sabrosos aperitivos: Hojas de uva rellenas, higos, y delgadas galletas de trigo recubiertas con queso feta derretido, jamón y aceitunas laminadas. Los ojos de Gabrielle se abrieron ante todo ello y sonrió ampliamente. Justo cuando estaba a punto de alcanzar una galleta, Xena capturó su mirada y la reina se detuvo. Silenciosamente, asintió en su dirección, se recostó de nuevo en su silla y observó cómo Xena alcanzaba un bocado y se inclinaba hacia ella para depositarlo en su boca. La joven reina cerró los ojos ante el sabor que inundó su paladar y la persistencia de las yemas de los dedos de Xena. Podría acostumbrarse a esto. Sí.

 

Una de las entusiastas guardias amazonas dirigió una mirada disimulada a su compañera. Aunque era cierto que habían visto el modo en que sus reinas eran atendidas con anterioridad, muy diferente era contemplar a una increíblemente fuerte, musculosa y armada guerrera como Xena alimentando a Gabrielle. Incluso más alarmante era lo sensual que esa alimentación estaba llegando a ser. Con cada bocado, los dedos de Xena resultaban capturados entre los dientes de Gabrielle, y cada vez por más tiempo. La reina estaba disfrutando de los dedos de su guerrera tanto como de los aperitivos que comía. Cuando Gabrielle se sació, volvió a acomodarse en su asiento y miró fijamente en Xena.

 

¾Sírvete, por favor.

 

Xena no pudo por menos que sonreir ante el “por favor” con que finalizó su mandato. Naturalmente, esta palabra significaba para Gabrielle el conseguir cualquier cosa que quisiera de la guerrera, pero en este contexto pareció un poco... redundante. Xena ya se había mostrado silenciosamente de acuerdo con las actuales condiciones. Pero el ‘por favor’ era un curioso toque típico de Gabrielle.

 

Alcanzando una hoja de uva, Xena dejó que sus ojos regresaran a Gabrielle. La reina mostraba una ligera sonrisa en su rostro, y mantenía la barbilla apoyada en su mano, decidida a tomarse todas y cada una de las libertades que deseara. Y ahora mismo, eso significaba mirar comer a su magnífica guerrera. Xena aceptó el desafío y sostuvo el aperitivo con ambas manos. Delicadamente, comenzó a desenrrollar la hoja y, extendiéndola con los dedos, Xena mantuvo sus ojos sobre Gabrielle mientras introducía los labios entre los liegues y vaciaba su delicioso contenido con la lengua. Lentamente, paladeó el sabor en su boca, cerró los ojos, y tragó.

 

Esta imagen no pasó inadvertida a Gabrielle.

 

Xena se sonrió a sí misma cuando observó el suave rubor que cubría ahora el cuello y las mejillas de la reina. No había ninguna razón por la que la guerrera no pudiera ser subversivamente rebelde, de una forma sutil. Lo que hizo con uno de los higos escandalizó a la camarera cuando vino a reponer sus bebidas, y la reina se dio cuenta de repente de que estaba realmente sedienta. Xena la observó, mientras masticaba distraídamente la dulce fruta, y vio que las manos de Gabrielle atenzaban los brazos de su silla. Quizás aún podría recuperar alguno de aquellos dinares.

 

De algún modo, la cena se desarrolló también en silencio y tan sólo cruzaron unas pocas palabras. Era casi como si, por ahora, todo lo que necesitaban decir se transmitiera a través de sus ojos y de sus cuerpos. Ninguna de las dos dejó vagar su mirada más allá de la otra mientras saboreaban el cordero y el cerdo asados, el sabroso marisco y muchas otras delicias. No era extraño que esta posada fuese conocida por su comida, puesto que la cena de esa noche era digna de los Campos Elíseos. Toda la comida de Gabrielle le fue servida por las yemas de los dedos de Xena y no lo habría querido de ninguna otra forma. La guerrera no tomó ni un bocado que Gabrielle no le hubiese concedido antes. Fue difícil para ambas no sonreír abiertamente cuando Xena rehusó seguir comiendo y la reina todavía podía con más. Dioses, la cena fue gloriosa.

 

En algún momento de la segunda tanda de comida, Gabrielle había cambiado sus cervezas por vino y, extrañamente, ese cambio había resultado agradable. Los alimentos que estaban comiendo pedían un sabor más refinado que la cerveza y ciertamente, fuera lo que fuera lo que la reina quisiera esa noche, la reina lo obtendría. Por mucho que le apeteciese algo de postre, ya estaba completamente saciada y decidió guardar esos dulces bocados para más tarde.

 

La taberna estaba ahora más oscura puesto que algunas de las más brillantes antorchas se habían extinguido. La multitud quedó predominantemente femenina después de que los clientes acabaran de cenar y se marcharan, mientras en una esquina un pequeño grupo de músicos se preparaba para tocar. Melodiosas risas y palabras suaves flotaban por la habitación y Gabrielle estiró las piernas y se reclinó en su silla. Xena había estado de lo más cortés durante la cena y la verdad, la reina se sorprendía de que hubiese aguantado tanto así. El modo en que la guerrera estaba actuando le hacía sospechar que sería reina durante toda la noche. Con ese pensamiento, los labios de Gabrielle se curvaron en una sonrisa mientras tomaba un sorbo y echaba un vistazo a la guerrera.

 

Por su parte, Xena estaba disfutando realmente con esto. Quizás era el hecho de que la nueva... majestuosidad... de Gabrielle fuese tan sugerente para la guerrera. No era severa y mucho menos resultaba amenazante. Por supuesto que Xena podía sentir el sutil poder que Gabrielle rezumaba, pero éste era completamente encantador y aceptable. Además, no tenía que preocuparse demasiado por su renombrada reputación. No era ningún secreto el que Xena y Gabrielle era amantes. Hades, era un hecho evidente para todo aquel que las viera juntas, y el que se dejara controlar por una Reina Amazona esa noche no iba a cambiar el hecho de que pudiera perfectamente patear el trasero de cualquier idiota que se lo echara en cara. Eso estaba claro.

 

 

 


La música del cuarto era hipnótica; los tambores marcaban suavemente el ritmo mientras la flauta y los instrumentos de cuerda proporcionaban una melodía seductoramente exótica. El cuarto zumbaba con lentas y rítmicas vibraciones mientras varias muchachas bailaban a su son. El vino, la comida y la música eran una mezcla embriagadora y pronto los ojos de la reina vagaron hacia la guerrera. Ésta era una pieza que valía todas las riquezas del mundo. La mirada de Gabrielle se detuvo sobre la musculosa forma de Xena; bajo toda esa armadura, bajo el cuero y las armas, yacía un maravilloso cuerpo.

 

Perfeccionada por años de lucha y trabajo, Xena transpiraba poder y destreza. Gabrielle había presenciado a la guerrera en suficientes hazañas como para saber que sus habilidades eran poderosas y feroces, temidas en todas partes. Entrecerrando los ojos, la reina aspiró profundamente cuando se dio cuenta de que sólo ella podía controlar esa imparable fuerza si lo deseaba. Ese descubrimiento sobre sí misma recorrió el cuerpo y la mente de Gabrielle dejándole una estela de cálida excitación.

 

Xena miró cómo Gabrielle se ponía en pie, con la misma elegancia anterior, con movimientos delicados y augustos. Cuando las guardias amazonas se dispusieron a seguirla, ella las detuvo con un movimiento de su mano, sin dejar de mirar fijamente a Xena. Algo en la expresión de Gabrielle le dijo a Xena que esa joven mujer tenía algo más en mente para la noche que una simple cena. Bajo su majestuosa superficie, la guerrera captó la chispa de algo ardiente. Y Gabrielle lo irradiaba.

 

Xena tragó saliva cuando la reina se movió hacia ella y con un ligero empuje de su rodilla, separó las piernas de la guerrera, reclamando ese espacio para sí. Sus ojos verdes se oscurecieron al mirar intensamente a Xena, rozando apenas con las yemas de los dedos la superficie de sus muslos. Inclinándose, tomó las manos de Xena entre las suyas y las llevó hasta sus propias caderas, deseosa de sentir esa poderosa presión. Con lentitud insoportable, Gabrielle se inclinó aún más, colocó sus manos sobre la parte más alta de los muslos cubiertos de cuero de Xena, y se detuvo.

 

Ambas respiraban el mismo aire, la reina a escasos centímetros de la cara de Xena. Era como si Gabrielle estuviese intentando mirar tan profundamente en los ojos de la guerrera como le fuera posible, intentando encontrar la fuente de aquel manantial azul. La verdad del asunto era que Xena sintió que Gabrielle podía sentir todo lo que yacía en su interior. Esta mujer era su fuente, Gabrielle era su corazón. Los ojos de la guerrera simplemente reflejaban la imagen de la reina con vívida intensidad.

 

Reflexivamente, las piernas de Xena fueron a descansar contra el exterior de las de la reina y Gabrielle bajó su mirada para echar un vistazo. Lamiéndose los labios, la reina miró a Xena de nuevo, tomó aliento y ordenó.

 

¾Baila conmigo.

 

Esas palabras fueron directamente a la cabeza de Xena, dejándola aturdida mientras Gabrielle retrocedía manteniendo sus ojos sobre ella. Con sus manos todavía en las caderas de la reina, la guerrera hizo retroceder su silla y quedó de pie frente a Gabrielle. Hacía ya tiempo que el resto de la gente que ocupaba la taberna de había difuminado y Xena sentía que Gabrielle y ella estaban solas, en un mundo privado. Ya habían bailado antes, por supuesto, a menudo solas en mitad de un bosque sin ninguna música, balanceándose una junto a la otra. Habían bailado en fiestas delante de Reyes y Reinas, con las amazonas, incluso ante la madre y el hermano de Xena. Pero esta noche, a Xena le parecía que era la primera vez que bailaba con una verdadera reina, con Gabrielle.

 

Xena miró cómo su amante la alcanzaba y ponía sus brazos alrededor de su cuello, con sus ojos verdes prendidos de los suyos todo el tiempo. Lentamente, retiró sus manos de la cintura de Gabrielle y las llevó sobre la desnudez de su espalda, atrayendo a la reina delicadamente hacia sí. En el momento en que sintió la presión del cuerpo de Gabrielle contra el suyo, Xena cerró brevemente los ojos y aspiró con fuerza. Los pechos de la reina estaban contra su armadura (pero Gabrielle no pareció notarlo, o sencillamente no le preocupaba) y podía sentir la calidez del cuerpo de Gabrielle bajo sus manos y contra el cuero que la vestía. Una vez más, la cercanía permitió a la guerrera captar el intoxicante aroma de la reina, incluso más intensamente que antes.

 

Aunque estaba en posición de llevar el baile, considerando su estatura y su complexión, Xena dejó que la reina guiará sus movimientos, que eran lentos y sensuales. Gabrielle se movió contra la guerrera, presionando su cuerpo en varios puntos, el vientre contra la cadera de Xena, la cadera contra su muslo, la mejilla contra el pecho de la guerrera. La música era sutil y ondulante, insistente en su ritmo. Las manos de Xena se movieron por la espalda de la reina, sintiendo los músculos bajo ellas y los nudos de su top de cuero. Gabrielle las unió más estrechamente, exigiendo más contacto mientras sus ojos se elevaron y ardieron en los de Xena. El baile era lento, íntimo y completamente erótico.

 

La pareja no se dio cuenta de que el resto de la habitación miraba embelesado el baile de la reina y la guerrera. Todas las miradas seguían a Gabrielle moverse contra su alta compañera, presionando sus caderas. Miraron cómo las manos de Xena se movían sobre la espalda de la reina, sobre sus suaves curvas o contra la cálida piel que quedaba al descubierto.Era difícil decir a quién envidiaban más; ambas parecían penetrar silenciosamente en el ser de la otra. Era algo impresionante.

 

Llevando la vista sobre ella, Gabrielle tomó una de las manos de Xena y se giró entre sus brazos, atrayéndola hacia su espalda. Xena se balanceó con Gabrielle, dejando que su otra mano se deslizara bajo su brazo y luego sobre el torneado vientre de la reina. De pie tras Gabrielle, Xena cerró sus ojos cuando la reina se pegó a ella y se movió en un lento y rítmico baile de pura sensualidad. Con Gabrielle entre sus brazos, la guerrera sintió esa clase de amor y conexión por los que valía la pena cada dificultad a la que se había enfrentado; esto lo merecía todo.

 

La reina seguía la mano de su compañera sobre su cálida piel y presionaba contra ella; eso era suficiente para volver loca a Xena. Y entonces sintió a Gabrielle volverse de nuevo y mirarla, con los ojos coloreados de un verde intenso por la emoción. Bailaron pegadas la una a la otra, sin perder el contacto en ningún momento. Xena comenzaba a adentrarse más profundamente en ese plano de existencia con Gabrielle. Cada centímetro de su ser estaba en sintonía con la reina y le pareció que hubiese bailado con ella desde siempre. Aquellos increíbles ojos simplemente la capturaron, tal y como lo harían durante vidas aún por llegar. Sintiendo las manos de la reina moverse hasta su pelo, Xena respiró hondo y habló, con la emoción que sentía bajando su tono de voz.

 

¾¿Puedo besarte... por favor?

 

Los ojos de Gabrielle se cerraron ligeramente ante la petición. Enrredando sus manos en el pelo negro de la guerrera, la reina ralentizó un poco su baile y comenzó a atraer a Xena hacia sí. La guerrera se dejó guiar hasta que quedó a escasos centímetros de los labios de Gabrielle. Con un leve y cosquilleante suspiro, la reina susurró su respuesta mirando fijamente a esos ojos azules.

 

¾Sí.

 

Fue una respuesta sencilla, pero Xena sintió como si le hubiesen concedido un reino entero. ‘Sí’ nunca había sonado tan dulce. Era un momento que quedaría grabado en la mente de la guerrera con cristalizada seguridad. Gabrielle era de verdad su Reina y las promesas que le hizo con aquella única palabra simplemente le aseguraron su cargo. Aspirando una gran bocanada de aire, la guerrera se preparó.

 

Suavemente, las manos de Xena se movieron desde la espalda de la reina para suavemente tocar su cara. El calor de la piel de la reina penetró por las palmas de la guerrera y ésta aspiró de nuevo con más fuerza cuando sintió las manos de Gabrielle deslizarse hasta sus caderas y presionar sobre ellas. ¿Cuándo había besado a Gabrielle por última vez? Dioses, se le hacía una eternidad. ¿Serían dignos sus labios? ¿Podría su beso ser suficiente para Gabrielle?

 

Con cuidado, Xena colocó sus labios sobre los de la reina, cerrando los ojos con el contacto. Durante un momento, simplemente los mantuvo allí, disfrutando la sensación de su suavidad. Lentamente, los separó y con cuidado tomó el labio inferior de Gabrielle entre los suyos y lo besó, acariciándolo suavemente y dejando a su lengua deslizarse contra él. Cuando sintió las manos de la reina apretar más fuerte sus caderas, atrajo a Gabrielle y le demandó más. Con una agradable petición, su lengua bailó entre los labios de la reina, resbalando sobre sus dientes hasta que se introdujo en la boca de Gabrielle. Casi cayó de rodillas cuando oyó el suave murmullo de la reina y sintió su lengua moverse contra la suya. Suave, dulce, intenso... ese beso era la perfección.

 

Sin aliento, momentos más tarde, Xena sintió a Gabrielle retirarse, sus ojos completamente oscurecidos por el deseo y sus labios cubiertos de humedad. La reina mantenía un lazo mortal sobre sus caderas y su respiración se aceleró. Tirando de las caderas de la guerrera hasta las suyas, Gabrielle se apretó contra ella más fuerte y entrecerró los ojos mirando a Xena, ordenando con voz desigual.

 

¾Más.

 

Con esto, la guerrera encontró permiso para presionar sus labios contra los de la reina en una demostración deslumbrante de fuerza y poder. No podía preocuparles menos que cada mirada de ese cuarto estuviera puesta sobre ellas y cada mandíbula caída en el suelo ante semejante intercambio de pasión. Xena entregó sus primeros besos con fuerza, mordisqueando los labios de Gabrielle, presionando con fuerza contra ella, empleando su lengua lo más profundamente que podía. La reina poseía una princesa guerrera y eso significaba que todo lo que Xena hiciese, era para ella de una intensidad y un calor que nadie podría igualar. Ahora mismo, Gabrielle ardía ante aquel resplandor de amor y lujuria.

 

La cara de Gabrielle estaba completamente sonrojada para cuando los labios de Xena se desprendieron de los suyos. Inclinándose, la guerrera presionó su cara contra el cuello de la reina, cerrando los ojos sobre la acalorada piel y respirando pesadamente, puesto que el calor de aquellos besos la habían pillado con la guardia baja. Sus brazos rodearon a Gabrielle y la abrazó tan fuerte como pudo, aspirando su olor mientras lo hacía. Gabrielle pudo sentir entonces la estremecedora fuerza del cuerpo de Xena, su respiración, su amor por ella.

 

Gabrielle había esclavizado a su guerrera y en ese momento, el deber de la reina era conseguir un lugar donde hubiera menos público antes de que ordenara a Xena que la poseyera allí mismo, sobre la mesa, entre las hojas de uva (por muy atractiva que esa  idea pudiera ser). Habló firmemente a su amante.

 

¾Vámonos.

 

Gabrielle se deshizo de los brazos de la guerrera y tomó su mano, sonriéndose ante lo maravillosa que estaba Xena cuando se excitaba. Sus ojos azules estaban oscurecidos a causa del deseo y su cara encendida por un leve rubor. Hizo un gesto hacia sus guardias y las despidió por esa noche con una sonrisa genuina. La reina tiró de Xena por todo el cuarto con elegante facilidad a pesar del hecho de que sus rodillas estaban bastante débiles. Sólo tenía que subir la escalera. Y deprisa.

 

Esta noche, Gabrielle iba a gobernar a su princesa guerrera. Iba a tener a Xena bajo sus condiciones, tal y como ella quisiera. Domesticar a Xena significaba darle todo lo que quisiera, pero sólo después de que se lo hubiera ganado. Y nadie sabía como dar a la guerrera lo que quería como Gabrielle. Al fin y al cabo, ella era la Reina.

 

 

 


Todo el trayecto hacia el cuarto de la reina se estaba desarrollando con desesperante lentitud. Mientras que antes Gabrielle se había mostrado deseosa de llegar, ahora saboreaba cada momento. No es que le gustara torturar, pero en realidad, adoraba la idea de hacer esperar a su ansiosa y excitada guerrera.

 

Esto ponía completamente de relieve lo bien que la reina controlaba su propio cuerpo y lo salvaje que Xena se había vuelto. Se sonrió a sí misma. Para domesticar y gobernar a alguien como Xena, primero tendría que tranquilizarla. De momento.

 

El barullo de la taberna comenzó nuevamente cuando las dos subieron por las escaleras, con toda aquella gente murmurando sobre la Reina y su guerrera. De cualquier modo, con cada paso, el ruido se fue difuminando en la oscuridad mientras Gabrielle guiaba a Xena hacia arriba. La mano de Gabrielle agarraba suavemente la de la guerrera, apretándola de vez en cuando en un mensaje de amor. En la cima de la escalera, Gabrielle se detuvo y se giró, dejando a Xena dos escalones por debajo de ella y sonriendo. Incluso en aquel corredor mal iluminado, la belleza de la Reina brillaba intensamente.

 

Para la guerrera, la falta de prisa por parte de Gabrielle en llevarlas hasta el cuarto... ¡la estaba matando! El baile había sido una cosa (algo realmente muy bueno) pero los besos significaron algo sensual, inspiraron otra cosa. Sus labios todavía sentían el toque de Gabrielle, y también su sabor. Xena no conseguía recordar cuándo un beso había sido tan... intenso. Ahora mismo, su cuerpo estaba absolutamente invadido por una estrechamente controlada necesidad, y comenzaba a pensar que realmente, realmente le gustaba del todo este asunto de la reina.

 

Gabrielle permaneció a la altura de sus ojos desde más arriba de la escalera, sonriéndole de modo sarcástico. Eso no era bueno. Al momento, Xena levantó un insolente y arrogante ceja hacia Gabrielle, interrogándola sobre el retraso. Uh oh. Problemas. La propia expresión de la reina cambió cuando su sonrisa se diluyó y elevó una de sus roijizas cejas como respuesta. Alguien parecía estar desafiando a la Reina, y ese alguien estaba a punto de descubrir que había tenido una pésima idea.

 

Dejando caer la mano de Xena, Gabrielle puso las suyas sobre sus propias cadera y miró directamente a la guerrera con una clara expresión de regia ira. Agravando su voz, la reina habló firmemente a Xena.

 

¾¿Me estás cuestionado, guerrera?

 

Xena se mordió el labio inferior para evitar una carcajada. Sin embargo, tenía que admitir que el temperamento de Gabrielle no era precisamente algo que quisiera incitar. Créase o no, su compañera, tan amante de la paz, tenía un temperamento digno de Hades cuando se la presionaba. La mente de Xena se transportó instantáneamente a un alterado tribunal en Argos y una bardo extremadamente temperamental. Lo que pasaba con Gabrielle, sin embargo, era que todas sus emociones parecían estar deliciosamente entrelazadas entre sí, así que cuando se sentía feliz, solía llorar. Y cuando se enfadaba, se volvía muy intensa... y apasionada.

 

Bajando los ojos en un gesto para calmar a la reina, Xena respondió con una voz clara, aunque no tan respetuosa como probablemente debería haber sido.

 

¾No, no la estoy cuestionado.... su majestad.

 

Lanzó la última parte de esta frase para impresionar  a la reina. Xena estaba siendo de nuevo subversivamente desobediente.De cualquier modo, la reina no sólo encajó perfectamente ese título (lo había oído de boca de las amazonas las veces suficientes como para que no le afectase lo más mínimo), sino que ni tan siquiera  movió un músculo ni mudó su expresión. Irguiéndose, Gabrielle tomó la barbilla de Xena en su mano y levantó el rostro de la guerrera para mirarla duramente. Gruñendo, emitió una amenaza real.

 

¾Entonces será mejor que no vuelvas a levantar esa ceja tuya hacia mí de ese modo... esclava.

 

Gabrielle lanzó igualmente esa última palabra sólo para recordar a Xena que en ese momento y durante toda la noche ella era la Reina. Parecía que su salvaje guerrera estaba forzando los límites, intentando descubrir hasta dónde podía llegar antes de que Gabrielle decidiese gobernarla con mano aún más firme. Inclinándose más, los ojos verdes de la Reina centellearon cuando tiró de la barbilla de Xena hacia sí. Con su rostro bien encarado al de la guerrera, su voz sonó más profunda.

 

¾Porque si la vuelvo a ver...

 

Gabrielle extendió su otra mano tras Xena, deslizándola por la oscura cabellera, agarrándola suave pero firmemente. Los ojos de la reina estaban taladrando a Xena, lanzando por sí solos un desafío y una promesa de inmisericordia. Y entonces, un instante después, los labios de Gabrielle se lanzaron contra los de Xena en un beso demoledor, impetuoso y exigente, poseyendo la boca de la guerrera de una forma elegantemente salvaje. La reina empujó su lengua hacia el interior de ésta y la gobernó con pasional fervor. Ardiente.

 

Comprobando que Xena estaba sin aliento, Gabrielle se apartó y capturó de nuevo sus azules ojos. Deslizando una mano, la reina pasó su dedo sobre los labios que acababa de tomar. El dulce y arrollador poder de Gabrielle había encendido de nuevo el fuego de Xena. Sonriendo, las yemas de  los dedos de la reina tocaron sus nuevamente cálidas mejillas, y dejó que su voz se suavizara.

 

¾... no seré tan amable.

 

Con eso, Gabrielle elevó su ceja, queriendo asegurarse que la guerrera entendía claramente  cómo estaba la situación. Firme, pero suave. Por eso Xena estaba sirviendo a su Reina aquella noche, y para siempre. Gabrielle administraba su autoridad de una manera tan delicada que muchas veces, la guerrera no percibía lo mucho que su amante influía en ella. Nunca fue una cuestión manipulativa ni una intromisión. Era simplemente Gabrielle amando lo suficiente a  Xena como para mantenerse firme en las cuestiones importantes y sin que se pudiera dudar de su absoluta devoción y afecto por la guerrera. Para Xena era un reconfortante sentimiento que le hacía sentirse más segura de lo que había estado en toda su vida. Su estabilidad provenía de Gabrielle y eso era algo que nunca, jamás, sería cuestionado.

 

Xena dejó que sus ojos mostraran cada gramo del amor que sentía por Gabrielle mientras asentía con la cabeza. Era completa y totalmente una posesión de la reina. Y en ese preciso instante, no deseaba nada más que dar a Gabrielle todo lo que deseara. La imperiosa necesidad de complacer a la reina empezaba a ser increíblemente intensa. Habría caído de rodillas si Gabrielle lo hubiese querido. Xena estaba conquistada.

 

Suavemente, la reina atrajo a Xena hacia sí y apretó su rostro de la guerrera contra su pecho, cerrando los ojos al escuchar el suspiro de placer de Xena. Sonrió cuando la guerrera elevó los brazos alrededor y la rodeó por la cintura de forma vacilante, esperando el permiso para acercarla. Gabrielle se movió hacia ella y se lo concedió, de forma que pronto los fuertes brazos de Xena estrecharon a la reina en un abrazo de absoluta adoración.

 

Permanecieron allí un buen rato, reina y guerrera en la escalera de una posada en medio de Atenas, sintiendo que sin lugar a dudas habían sido hechas la una para la otra, en todos los aspectos. Era como si dos mundos colisionaran en un todo único. Distintos y sin embargo complementarios. Oscuros pero perfectamente claros. El suyo era un amor que transcendería  el tiempo y el espacio en toda su magnitud.

 

Un suave roce de Xena las despertó de su ensueño. Los labios de la guerrera se movían cuidadosamente sobre la piel situada entre los pechos de Gabrielle, besando y probando delicadamente. No tenía permiso para eso, pero la reina no parecía dispuesta a quejarse. El hambre de Xena por su amante se podía ver en cada caricia que proporcionaba a su piel expuesta. Necesitaba a Gabrielle.

 

Inclinado su cabeza, la reina depositó un suave beso sobre la cima de la cabellera caoba oscura y dejó sus manos resbalar por los largos cabellos, acariciándolos cuidadosamente. Luego se retiró y sonrió al ver a Xena, capturando aquellos ojos azules. La guerrera había girado la cabeza y descansaba su mejilla entre los pechos de Gabrielle y simplemente presionó sus labios contra el interior de uno de ellos. Estaba  claro lo que la guerrera necesitaba. Con una cariñosa palabra, la mano de Gabrielle se dirigió al lateral del rostro de la guerrera para acariciar brevemente su cálida piel.

 

¾Aquí.

 

Con ello, Gabrielle alzó su mano izquierda y tiró del tirante de cuero de su top deslizándolo ligeramente por su hombro. Los ojos de Xena se entrecerraron y suspiró con fuerza cuando vio a Gabrielle agarrar uno de sus pecho y extraerlo de su confinamiento.

 

Con exquisita delicadeza, la reina deslizó la mano bajo su suave piel y lo sostuvo mientras su  otra mano acercaba la boca de la guerrera hacia él. Inmediatamente, los labios de Xena cubrieron extasiadamente el endurecido pezón. La siguiente orden de Gabrielle se filtró a través de su desvaneciente conciencia, que no percibía nada que no fuese la boca de Xena y su propio pecho.

 

¾Chupa.

 

Y Xena lo hizo. Con entusiasmo.

 

Lo sorprendente del caso era que la guerrera no cayese por las escaleras. Tan intensa era su excitación que sus piernas temblaban y sus brazos envolvían a Gabrielle en un esfuerzo por mantenerse estable. Decir que Xena se encontraba en los Campos Elíseos era seguramente subestimar la situación. Sus labios, su lengua y su boca se centraban solamente en una cosa, complacer a su Reina y cumplir su mandato. La piel de Gabrielle era dulce al gusto y Xena gimió con cada profunda succión. Se sintió completamente humedecida allí, en aquel preciso momento.

 

Por su parte, Gabrielle comenzaba a encontrar dificultades para sostenerse, con cada increíble movimiento que Xena le proporcionaba con su lengua. Mientras una mano siguió sosteniendo la cabeza de la guerrera estrechándola contra sí, la otra intentaba empujar tanta carne en la boca de Xena como fuera posible. Jadeando mientras las sensaciones viajaban en dirección al sur de su vientre, Gabrielle cerró sus ojos y arqueó su cuerpo hacia la guerrera. Éste expresaba con claridad que lo que Xena estaba haciendo le hacía sentir muy, muy bien.

 

Justo cuando sus rodillas estaban a punto de flaquear, Gabrielle se retiró de Xena y capturó esos intensos ojos azules con los suyos. Situando sus manos a ambos lados de la cara de la guerrera, la reina se entregó en el más devastador beso, salvaje y húmedo. Respiraban mediante jadeos y sus labios se movían hambrientos unos sobre los otros. Las lenguas luchaban por abriese espacio, primero en la boca de la guerrera después en la de Gabrielle.

 

Las manos de Xena descendieron hasta alcanzar las vestidas y firmes curvas de la reina y la estrechó contra sí. Mientras ésta, envolviendo sus brazos alrededor del cuello de la guerrera, echó su cabeza hacia atrás y gimió cuando los labios de Xena se despegaron de los suyos y descendieron por su cuello mordiendo, chupando y besando al mismo tiempo.

 

Aquel gemido reveló a Xena que necesitaba llevar a aquella particular reina a sus aposentos, y deprisa. Los fuertes brazos de la guerrera levantaron a Gabrielle, trabajando todavía con los labios sobre su cuello y sus hombros, y sintió las piernas de Gabrielle envolver su cintura. Xena cargó fácilmente a la reina por los dos escalones que les faltaba por subir y con prisa la transportó por el pasillo (¡ella quería correr!). Al pasar por delante de una habitación, uno de los brazos de Gabrielle se alargó para sujetarse al marco de la puerta, deteniéndolas de golpe. Los labios de la reina buscaron entonces los de la guerrera y se besaron de forma entrecortada y casi violenta. Con un brazo sujetando a Gabrielle, Xena tanteó a su alrededor, encontró fácilmente el picaporte y lo giró. Abriendo la puerta, la guerrera entró y cerró de nuevo. Habían encontrado su habitación. Por fin.

 

 

 

 


Cuando la puerta dejó fuera al resto del mundo, Xena y Gabrielle se encontraron solas en la misma habitación que habían ocupado durante el Festival. Sin embargo, en ese momento, la atención de la guerrera estaba en otro lugar, es decir, sobre cierta apasionada reina cuyos labios se abrían camino por su cara y su cuello. Con manos hábiles, Xena echó el cerrojo y atrancó la puerta, girándose y presionando la espalda de Gabrielle contra la superficie de madera. Gabrielle enlazó sus piernas firmemente alrededor de la cintura de Xena al mismo tiempo que sus manos viajaban por su sedoso y oscuro cabello y sobre sus amplios hombros.

 

La intensidad de los besos de la reina, además del peso de su cuerpo, empezaba a provocar vértigo en Xena. Podría ser la Princesa Guerrera, pero tenía algunos límites con respecto a cuánto podía aguantar de una sola vez. Y francamente, el hecho de estar apoyada en Gabrielle, contra la puerta, dejaba sus manos libres para otras cosas. Mientras besaba el cuello de Gabrielle de arriba abajo, las manos de Xena se movieron lentamente a través de los pliegues de la falda de la reina y encontraron los laterales de sus muslos desnudos para deslizarse sobre ellos. Asegurada en sus poderosas piernas, Xena sujetó a Gabrielle en esa posición mientras comenzaba a utilizar sus manos y sus labios.

 

Eso hasta que sintió que la reina le agarraba la cara con las manos y la atraía hacia sí para besarla. La cara de Gabrielle estaba ruborizada mientras intentaba recuperar un mínimo de control, pues no estaba dispuesta a dejar que Xena simplemente hiciera de ella lo que le viniera en gana. Y por cómo estaban evolucionando las cosas, esa idea le sonaba cada vez mejor. Casi jadeando las palabras, los ojos de la reina eran de un verde brillante.

 

¾Más despacio, Xena... despacio...

 

La guerrera simplemente refunfuñó y estrechó sus azules ojos al tiempo que giraba la cabeza, atrapaba unos cuantos dedos de la mano de la reina y empezaba a asaltarlos de un modo bastante sugerente. Gabrielle cerró los ojos cuando sintió sus dedos deslizarse en el interior de la cálida boca de Xena y su lengua presionar contra y entre ellos. Dioses, aquello estaba a punto de echar por tierra el cuidadoso plan de Gabrielle. De mala gana, sacó sus dedos de allí y capturó los labios de la guerrera con los suyos en un apasionado beso, para captar su atención. La reina se retiró y volvió a buscar los ojos de Xena. Esta vez, su orden fue firme.

 

¾Despacio.

 

Las manos de Xena se detuvieron y retrocedió para mirar a la reina. Emitió entonces un sonido desde lo más profundo de su garganta que comenzó pareciendo otra queja, pero acabó más como un gutural y amenazante rumor. La guerrera estaba atrapada entre obedecer a la reina u obedecer lo que se estaba convirtiendo en una poderosa necesidad. Todo su vigoroso cuerpo se estremecía y agitaba por la excitación. Como guerrera Xena era intensa, centrada y pasional. Como amante era muy parecida, pero con una meta diferente en la cabeza. Podía ser cariñosa, por supuesto, pero cuando se la presionaba, se transformaba en alguien salvaje y poderoso. Sacar partido de esa clase de fuerza no era fácil. Sólo una pequeña e indomable reina sabía cómo manejar a la guerrera. Con firme determinación, Gabrielle agarró por la muñeca una de las casi inmóviles manos de Xena atrapándola sobre su muslo. Sus ojos nunca abandonaron los de Xena, mirando profundamente ese azul brillante. Parte de ser una reina consistía en tirar un poco de las riendas para asegurarse de que su soberanía no fuese cuestionada. Y así se quedaron, quietas y en silencio, excepto por la excitada respiración de Xena. El espacio entre ellas estaba cargado de tensión mientras esperaban a ver si la guerrera permitiría ser domada. Los ojos de Gabrielle se suavizaron cuando sintió el cuerpo de la guerrera perder algo de tensión, y le dejó libre la muñeca. Cuando la reina estuvo convencida de que Xena iba a comportarse, sonrió dulcemente. Elevando su mano, la reina rozó ligeramente la cálida piel del cuello de Xena hasta detener sus dedos sobre el punto exacto en que su pulso latía con más fuerza. Presionando en ese lugar, Gabrielle sintió hasta dónde era capaz de afectar a la guerrera. Con un susurro, la reina movió su mano hasta la mejilla de Xena, y el calor que se le reveló allí hizo aparecer una sonrisa en su cara.

 

¾¿Sabes lo hermosa que te pones cuando estás excitada, Xena?

 

Xena permaneció inmóvil, perfectamente consciente de su cuerpo sobre el de Gabrielle, de sus manos descansando contra los cálidos muslos, de las piernas de la reina cerradas sobre ella, presionando contra ella. Cuando sintió la mano de Gabrielle acariciar su mejilla, respiró profundamente tratando de calmarse. Eso era lo que Gabrielle podía hacer con ella; en un momento determinado su amante la forzaba hasta el límite y al siguiente le pedía que se detuviera. Ambas cosas planeadas para despertar sus emociones, su mente y su cuerpo al mismo tiempo. Sin embargo, eso no era todo lo que Gabrielle había hecho por ella. Antes, la pasión de Xena se traducía en un poder absoluto sin preocuparse ni respetar a aquellos que conquistaba. La guerrera no podía negar que su pasado era oscuro, pero Gabrielle le había enseñado que el poder más grande no provenía de la fuerza, la crueldad o el terror. El mayor poder surgía cuando era dado libremente y recibido con respeto. Venía de aceptar responsabilidades y de no explotar nunca. Y venía de amar lo suficiente como para confiar completamente y que la otra persona confiase del mismo modo. Esta lección era una de las muchas cosas que Gabrielle había dado a la guerrera fácil e inconscientemente, porque eso era lo que su bardo, su reina, su amante había sabido siempre.

 

Gabrielle miró a los ojos de la guerrera e intentó ver en ellos el lugar al que habían ido sus pensamientos. Con la suave presión de las yemas de sus dedos, atrajo a Xena de nuevo hasta ella. Inclinándose hacia delante, llevó sus labios hasta los de Xena, besándola levemente, y retirándose después. Entonces volvió a hablar, susurrando las palabras.

 

¾¿Sabes lo mucho que te quiero?

 

Xena aspiró profundamente y siguió mirándola a los ojos. Toda su atención estaba centrada en Gabrielle, en sus palabras, en su cuerpo, en su esencia. Haría cualquier cosa por esa mujer. Una vez más, sintió doler su corazón por lo mucho que amaba a Gabrielle y lo mucho que deseaba demostrárselo. Xena vio cómo esos ojos verdes se suavizaban cuando el cuerpo de la guerrera comenzó a temblar ligeramente bajo la tensión de sus sentimientos por ella. Avanzando de nuevo, Gabrielle presionó sus labios contra los de Xena y susurró unas palabras sobre ellos.

 

¾Confía en mí.

 

Xena cerró los ojos cuando los labios de la reina se elevaron para besar una de sus oscuras cejas, y luego la otra. Su respiración acarició la cara de Xena y sus palabras le parecieron cálidos copos de nieve cayendo sobre su piel.

 

¾Te quiero.

 

Con esto, el cuerpo de Xena tembló al sentir que Gabrielle se inclinaba con más fuerza entre sus brazos y abandonaba el soporte de la puerta. Con los brazos alrededor del cuello de la guerrera, los labios de la reina encontraron su oreja y la besaron suavemente, para calmarla y excitarla al mismo tiempo. Respirando cerca del oído de Xena, la reina susurró una petición.

 

¾Déjame poseerte.

 

Aquella frase lo consiguió. Fuese lo que fuese que Xena se reservara, cualquiera que fuese el control que todavía poseía sobre sí misma, se lo entregó libremente a Gabrielle. Esta noche iba a darse a una Reina, e iba a permitirle tenerla completamente, todo lo que era. En ese momento, pertenecía por completo a la mujer que tenía entre sus brazos.

 

Sosteniendo a Gabrielle firmemente, Xena giró y la transportó armoniosamente hacia la cama,  sin dejar nunca de mirarla a los ojos. Con infinito cuidado, la guerrera depositó a Gabrielle en el borde. Cuando Gabrielle estuvo sentada y hubo soltado sus brazos y piernas, Xena clavó una rodilla en el suelo frente a su reina. Mirando fijamente a Gabrielle, la guerrera dio un profundo suspiro ante la belleza que tenía delante y tragó saliva. Lentamente, se inclinó hacia delante y colocó un beso en la superficie de la mano de Gabrielle, que descansaba sobre su rodilla. Retirándose, dejó a sus ojos azules llenarse de toda la emoción que sentía. Suavemente, con  voz entrecortada, le ofreció todo a su reina.

 

¾Todo lo que tengo, es tuyo. Sea lo que sea lo que desees, te lo daré. Todo mi amor, mi corazón, todo es para ti, Gabrielle. Tómalo...

 

La emoción entrecortó la respiración de Gabrielle. Había oído a Xena susurrarle palabras de amor antes, había escuchado sus promesas de amor. Habían hablado de la vida, del pasado, del presente, del futuro. La guerrera podía no ser necesariamente la más pródiga de las conversadoras, pero cuando hablaba, sus palabras eran bien escogidas y sinceras. Sin embargo, aquella frase pronunciada por la guerrera arrodillada frente a ella, era lo más profundo y sentido que jamás había escuchado. Y Gabrielle lo aceptó como lo que era:  una entrega absoluta. La Reina había sido honrada con un regalo que casi sintió no merecer, un regalo que guardaría siempre como algo muy preciado.

 

Alzando su mano, Gabrielle dejó sus dedos alisar con cuidado el negro cabello que caía junto a la cabeza de Xena. Con su mirada, comunicó a la guerrera exactamente lo que esas palabras le habían hecho sentir. Esta noche, la reina deseaba dar tanto como ella tomaría, amar tanto como fuera amada. Gabrielle sonrió suavemente y asintiendo hacia Xena con un ligero  movimiento de su cabeza, le  prometió tanto como acababa de aceptar. Inclinándose hacia delante, Gabrielle depositó un suave beso sobre la frente de la guerrera, acompañando el roce con sus palabras.

 

¾Gracias.

 

Con sus labios demorándose sobre la piel de la guerrera, Gabrielle inhaló el olor del sedoso pelo de Xena. Le recordó a... ¿canela? ¿O era nuez moscada, con una pizca de naranja? Fuera lo que fuese, ese aroma estaba tan profundamente arraigado en Gabrielle como el sonido de la voz de Xena, la sensación de sus caricias o el sabor de su piel. Dejó a sus labios deslizarse lentamente, y fue depositando pequeños besos unos debajo de otros. Cada uno era un agradecimiento, cada uno era una promesa y, cada uno, una señal de amor.

 

Retirándose, la reina mantuvo su mano entre el suave cabello durante un momento, mirando fijamente a los ojos de la  guerrera. Muy despacio, las yemas de sus dedos se deslizaron bajando por la mandíbula de la guerrera hasta descansar otra vez bajo la fuerte y orgullosa barbilla de su amor. Con una suave presión, pidió silenciosamente a Xena que se levantara. La reina miró con gran interés como su guerrera se erguía completamente delante de ella, una mujer en verdad magnífica. Una mujer magnífica, pero en realidad con demasiada ropa encima.

 

Gentilmente, Gabrielle le sonrió, cabeceó y emitió su orden.

 

¾Desnúdate.

 

Estirando su mano, la reina indicó con el movimiento de sus dedos y sus ojos lo que ella quería  exactamente de la  guerrera. Su mano vagó hacia abajo deslizándose a través del cuero y la armadura y terminó por agarrar una de las oscuras tiras de cuero de la falda de Xena mientras sonreía. En el último momento, agregó una necesaria aclaración a su mandato.

 

 ¾Despacio.

 

 

 


En ese momento, no hacía falta ser un genio para comprender que Gabrielle estaba disfrutando bastante de su nuevo cargo. Recostándose sobre la cama, se apoyó sobre sus codos mientras  miraba a su princesa guerrera acatar lentamente sus órdenes. Sus ojos verdes relampagueaban mientras Xena mantenía los suyos fijamente sobre Gabrielle y sus manos se dirigían a su cintura  y desabrochaban el cinto que sujetaba la vaina de su espada. Dejándola caer cuidadosamente a su lado junto con el chakram, la guerrera siguió desvistiéndose. Mordiendo su labio inferior, la reina contempló el trabajo de los fuertes dedos de Xena desabrochando uno tras otro los anclajes metálicos que sostenían el peto de la armadura en su lugar. Retirándolo de su cuerpo, Xena hizo una pausa y se irguió.

 

Los apreciativos ojos de la reina vagaban sobre el alisado cuero, absorbiendo las oscuras y gráciles líneas. Gabrielle sonrió, recordando lo suave y cálida que resultaba esa prenda de cuero al tacto, motivo por el que, a menudo, encontraba difícil mantener sus manos lejos de Xena. Con un leve asentimiento y la mirada fija, Gabrielle indicó que la guerrera podía continuar.

 

Inclinándose, Xena deshizo las correas y los lazos de sus botas y rodilleras. Sacando los pies de ellas, la guerrera se incorporó para conectar de nuevo con los ojos de Gabrielle. Lentamente, aflojó los cordones de sus guanteletes y los deslizó también uno tras otro. Cuando ya sólo le quedaban los brazaletes y la prenda interior de cuero, Xena levantó (respetuosamente) una ceja hacia su reina, preguntando en silencio si quería ver más.

 

Divertidamente, Gabrielle sonrió a Xena. Con las manos reposando sobre su estómago, los codos sosteniéndola incorporada y las piernas pendientes sobre el borde de la cama, contaba con una vista privilegiada del porte de la guerrera. La reina se acarició la barbilla y levantó una ceja. Por supuesto que quería ver más.

 

Servicialmente, Xena abrió la anilla de la correa que ceñía su corpiño de cuero y deslizó el metal por su hombro. Después de repetirlo sobre el otro, la guerrera sonrió ligeramente al dirigir sus manos detrás de ella para aflojar los cordones traseros. Para este movimiento naturalmente le fue necesario arquear su cuerpo, lo cual provocó que sus pechos quedaran aún más disponibles a la inspección de la reina. Ninguna queja de su Alteza Real.

 

Finalmente, llegó la hora para Gabrielle de deleitarse sobre su reinado. Xena balanceó sus caderas y su cuerpo, despacio, suavemente, mientras tiraba sensualmente del cuero hacia abajo. Sus ojos nunca dejaron de mirar a la reina, y Gabrielle por su parte examinaba cada centímetro de la bronceada piel que se iba descubriendo. Sus ojos verdes parpadeaban deambulando de un pecho a otro cuando la reina entreabrió sus labios mirando a la guerrera. Xena vio a la reina tragar saliva cuando finalmente el cuero sobrepasó sus caderas y siguió hacia abajo. A mitad del muslo, se limitó a soltarlo y dejarlo caer al suelo.

 

Aspirando profundamente, los ojos de Gabrielle se movieron sobre la forma desnuda de la guerrera, admirándola y adorándola completamente. Xena era una belleza, sin lugar a dudas, pero la verdad era que eso no era lo más importante para Gabrielle.No le importaba cómo fuese físicamente, y no la habría amado menos de haber sido de otro modo. La guerrera quedó allí en silencio y aceptó el descarado examen de la reina. Algunas veces, Xena se sentía más cercana a Gabrielle cuando estaba desnuda ante ella, como si así le mostrara a su amante la verdadera Xena, sin nada que ocultar. Vio a la reina incorporarse y sentarse en el borde de la cama y se acercó cuando Gabrielle lo indicó con su mirada. Con su mano, la reina tocó suavemente una de las caderas de la guerrera, sonriendo al sentir su calor. Los dedos de Gabrielle acariciaron la piel de Xena y trazaron un camino por su cintura hacia sus oscuras  curvas. El cuerpo de Xena se estremeció ligeramente cuando los dedos de la reina se deslizaron entre sus pliegues durante un breve instante. Xena entrecerró los ojos y dejó escapar un profundo suspiro en reacción al toque. Sus ojos azules ardieron al observar a Gabrielle llevarse las yemas de los dedos a los labios y degustarlos. Casi cayó de rodillas ante la visión.

 

La reina estaba en completo éxtasis, con los ojos cerrados mientras sus dedos se le deslizaban entre los labios. Un suave gemido de satisfacción escapó de la garganta de Gabrielle mientras su lengua lamía sus cálidos dedos. De hecho, a Gabrielle le gustaba considerarse una auténtica experta en el género, con un paladar refinado por años de experiencia culinaria, pero nada se comparaba, nada en absoluto podía acercarse al sabor de Xena. Si tuviese que vivir únicamente a base de aquella sustancia dulcemente salada, lo haría encantada.

 

Abriendo sus ojos lentamente, los labios de Gabrielle se curvaron en una sonrisa increíblemente sensual  y completamente encantadora. Sus ojos verdes brillaron ante el rubor que cubría el cuello y las mejillas de Xena por lo que acababa de presenciar. La mano de la reina se dirigió hacia la cadera de Xena y la asió levemente. Con los dedos todavía húmedos, su voz sonó profunda cuando se dirigió a Xena.

 

¾Date la vuelta.

 

Xena obedeció y se giró, quedándose lo más quieta posible dadas las circunstancias. Su entrenamiento como guerrera le había proporcionado cierta capacidad de control, pero le resultaba difícil dominar el ligero estremecimiento que recorría su cuerpo. Por parte de la reina, Gabrielle no podía apartar sus ojos de los músculos que divisaba en la espalda de la guerrera. Con cada movimiento que Xena hacía, un músculo se flexionaba en respuesta. Dejando sus ojos deslizarse, Gabrielle siguió hacia abajo las sólidas líneas, recorriendo el lugar en que la cintura de la guerrera se estrechaba ligeramente para pasar luego a la curva de su cadera, y llegar a sus muslos. La reina murmuró para sí mientras sus ojos descansaban sobre la firme y suavemente redondeada carne. Levantándose, Gabrielle se colocó tras Xena y dejó a sus manos seguir el camino que sus ojos habían tomado antes hasta que reposaron al final del trayecto. Restregando su mejilla contra la espalda de Xena, exhaló un ronroneo suave.

 

¾Muuuy bien...

 

La guerrera cerró los ojos al sentir las manos de Gabrielle sobre ella y respiró profundamente cuando esas manos permanecieron ahí pero comenzaron a moverse despacio, acariciándola lentamente. Podía sentir el cálido aliento de la reina contra su espalda. Abrió los ojos rápidamente cuando notó las manos de Gabrielle deslizarse ligeramente y a ella rodearla de nuevo. Ahora, frente a frente, Xena miró de arriba abajo a Gabrielle, admirando el rubor de su rostro. Tomando las manos de la guerrera entre las suyas, Gabrielle las colocó sobre sus propias caderas y habló con voz baja y seductora.

 

¾Ahora desnúdame.

 

En cualquier otras circunstancias y dado lo excitaba que estaba, Xena habría rasgado directamente las ropas que cubrían el cuerpo de Gabrielle. En lugar de eso se descubrió con sus manos inmóviles sobre las caderas de la reina. Mirando al interior de esos ojos, la guerrera vacilaba. Gabrielle sonrió ante la insólita calma que Xena estaba demostrando en lo que a desnudarla se trataba. Dioses, había perdido la cuenta de las veces que Xena había roto su falda o rasgado su top, por no mencionar claro esas otras en las que no se había tomado tantas molestias, dejando la ropa donde estaba y haciéndole el amor frenéticamente. Al parecer su labor como reina no había terminado, así que Gabrielle atrajo a Xena más hacia sí, guiándole las manos hasta su espalda.

 

¾La falda.

 

Murmuró mientras giraba la cabeza, admirando la línea del bíceps de Xena contra su brazalete de cuero (el cual Gabrielle había decidido dejar ahí por razones puramente estéticas). Tras sentir los dedos de Xena desabrochar su cinturón de amazona, Gabrielle escuchó el peso del adorno caer y golpear el suelo, junto con las múltiples capas azules y moradas de su falda.

 

Xena aguantó la respiración un momento cuando sus manos y luego sus ojos descubrieron que la reina no llevaba nada bajo la falda. Esto no debiera haber sido una sorpresa, pero lo que sí hizo fue estremecerla por la repentina y cálida sensación de la piel desnuda. Apartándose de la guerrera, Gabrielle dejó que las manos de Xena se deslizaran hasta su cintura, y sus ojos entre éstas. Xena podría haberse perdido en ese laberinto sin importarle lo más mínimo. De hecho, esperaba hacerlo antes de que la noche acabara. Sin que la reina tuviese tiempo de hablar, Xena apoyó una de sus rodillas en el suelo y empezó a desatarle las botas, con los ojos completamente absortos en lo que tenía delante. Los firmes muslos y los suaves bucles se encontraban a tan solo unos centímetros de distancia. Cuando Gabrielle sacó sus pies de las botas, Xena las apartó a un lado y se inclinó hacia delante sin pensárselo dos veces, puesto que lo único que pretendía conseguir era un ligero indicio del olor y el sabor de la reina.

 

Sin embargo, antes de que se acercara más, la mano de Gabrielle en su cabeza le hizo levantar la vista. Con una sonrisa y un gesto, la reina ordenó a Xena que volviera a levantarse, negándole ese momento que tanto necesitaba. La profunda respiración y la leve capa de sudor que humedecía el pelo sobre la frente de la guerrera eran pruebas de la tensión a la que su cuerpo estaba siendo sometido. Extendiendo el brazo, Gabrielle señaló con la barbilla en dirección a uno de sus guanteletes de cuero. Las manos de Xena obedecieron y despojaron a Gabrielle del izquierdo, dejándolo caer inmediatamente al suelo. Manteniendo todavía ahí el brazo, la reina indicó que quería que hiciera lo mismo con el brazalete.

 

Con esto último, lo único que quedaba sobre su cuerpo aparte del top de amazona era su insignia ceremonial de Reina. Xena sabía que esa labrada pieza metálica era el distintivo del rango y la posición de Gabrielle. Vio a la reina girar ligeramente su cuerpo para presentarle el otro brazo, aún vestido. Por primera vez, Xena se dio cuenta de que la habitación estaba iluminada por varias velas y que su suave luz lanzaba destellos sobre el metal. Xena no podía apartar la mirada de la pieza, paralizada no sólo por verla sobre el brazo de Gabrielle, sino también por lo que significaba que ésta la tuviera.

 

Antes de tocarlo Xena miró a Gabrielle, quien manifestó su permiso con una sonrisa. Una vez más, la guerrera alzó reverentemente sus manos y separó el guantelete de la insignia, deslizando la prenda de cuero fuera del brazo de Gabrielle, desenganchando la cinta de ante de uno de los dedos de la reina y arrojándolo al suelo. Los dedos de Xena subieron y cubrieron el laboriosamente tallado metal, sorprendiéndose por el hecho de que el cuerpo de Gabrielle había dotado de calidez a la pieza. Con la cabeza girada ligeramente, la reina observaba permitiendo que los dedos de la guerrera tocaran el tibio metal. Inclinándose hacia abajo, Xena dejó que sus labios rozaran su intrincado diseño cerrando los ojos ante su débil sabor metálico. Con una mano, la guerrera rodeó la cintura y deshizo los amplios nudos de la parte de atrás del top de Gabrielle, con los labios todavía sobre la insignia hasta que la reina se volvió para quedar cara a cara con ella.

 

Sonriendo, Gabrielle asintió suavemente y Xena liberó las tiras de cuero y retiró con delicadeza la prenda marrón del cuerpo de la reina, con la insignia metálica pegada a ella. En lugar de arrojarla, Xena la colocó reverentemente sobre la pequeña mesa situada junto a la cama, sin que sus ojos abandonaran en ningún momento a Gabrielle.

 

En ese momento, las dos permanecieron de pie, la una frente a la otra, sin barreras. Lo único que adornaba el cuerpo de Xena eran sus dos brazaletes de cuero, con el bronceado torbellino ornamental resplandeciendo débilmente a la luz de las velas. La reina por su parte, sólo llevaba su collar de amazona, una hilera de suaves plumas que adornaban la superficie de su piel. Todo se intensificaba a medida que se miraban la una a la otra, sus ojos cayendo sobre las suaves curvas y atrapando su creciente pasión -- el aúreo verde transformado en el color de un fértil y oscuro bosque; el celestial azul en el de un agitado e indomable océano. Reina y guerrera se estremecían sensiblemente.

 

La reina hizo el primer movimiento, por supuesto. Se tendió, tomando la mano de Xena, y tiró de ella hacia la cama hasta hacerla detenerse en el borde. La guerrera escuchó una música débil que llegaba desde el exterior hasta la puerta del balcón, muy probablemente del piso de abajo, pensó antes de que su atención se dirigiera de nuevo a la reina. Gabrielle había trepado sobre la cama y se había situado en medio de un montón de suaves cojines azules y verdes. La reina parecía totalmente regia, sus musculosas piernas casualmente extendidas delante de ella, con una mano descansando sobre su firme abdomen mientras sus dedos trazaban ociosamente pequeños círculos contra su piel. Ese ligero movimiento era hipnótico. Xena finalmente alzó los ojos para encontrarse con los de la reina en la callada servidumbre nacida del amor.

 

Sonriendo, Gabrielle inclinó la cabeza y lanzó una mirada hacia el punto de la cama en el que esperaba que se sentara su guerrera. Los ojos de Xena permanecieron sobre Gabrielle a medida que ponía las manos en el borde de la cama, después la rodilla, y gateó fácilmente hasta su sitio. Las sábanas de seda debajo de ella eran frías y resbaladizas al tacto, un alivio para su acalorada piel. Mirando a la izquierda de la reina, Xena descubrió por primera vez que la mesa sostenía una bandeja con copas y recipientes llenos de vino, así como cuencos repletos de dulces. Su amante lo había preparado con anticipación y Xena sonrió interiormente, reconociendo lo hábil que era Gabrielle como reina, siempre un paso por delante de la guerrera esa noche. Todavía con las manos y las rodillas sobre la cama, Xena esperó una señal de Gabrielle.

 

Elevando la barbilla, la reina le concedió permiso para colocarse de nuevo sobre sus rodillas y sentarse, con las manos simplemente descansando en lo alto de sus muslos, como de costumbre. Hubo algo en el modo en que Gabrielle entrecerró los ojos, casi como desafiándola, que confirmó a Xena que la reina tenía algo planeado. Los ojos de la guerrera percibieron el ligero movimiento de la mano de Gabrielle al mismo tiempo que su pierna comenzaba a doblarse, y su pie vino a descansar a la parte alta de la cama. Los ojos azules tomaron el resplandor del sol al ver a Gabrielle abrir las piernas. Rápidamente, alzó la vista hacia la verde oscuridad que ardía lentamente, antes de que su mirada cayese de nuevo sobre el cuerpo de la reina. Muy despacio, la mano de Gabrielle se deslizó sobre los músculos de su abdomen, sus dedos resbalaron sobre los enredados y suaves rizos dorados y llegaron a descansar entre dos brillantes labios color rubí.

 

Con un murmullo, la reina emitió su siguiente orden con una voz que era puramente cándida en su intensidad.

 

¾Mira.

 

 

 


Cómo la guerrera se las ingenió para no lanzarse sobre Gabrielle en ese momento fue un misterio sobre el que hablarían durante lunas. Con esa única palabra, la reina absorbió la atención de Xena por completo, así como su total devoción. Incluso aunque lo hubiera querido, Xena no podía mover un músculo, tan paralizada estaba por el espectáculo que tenía ante sus ojos. En una rápida sucesión, dejó escapar un medio gemido, su respiración se aceleró al doble, sus manos se aferraron a sus muslos, su cara se encendió en un rojo oscuro y ella prácticamente se fundió ante lo que veía. Dioses, Gabrielle era buena.

 

La reina se tumbó sobre las almohadas, mostrándose como una diosa o incluso más perfecta que eso. Con el primer contacto, Gabrielle cerró con fuerza sus ojos mientras inhalaba aire lentamente, sabiendo que no tendría que preocuparse de que Xena siguiera su orden. Con la misma infinita paciencia que había mostrado a lo largo de toda la noche, Gabrielle se tomó su tiempo. La reina pretendía llevar a cabo una exhibición real para su audiencia, su particular audiencia.

 

Xena observabó el escaso movimiento de Gabrielle, con dos de sus dedos anidados entre los  húmedos labios. Sus azules ojos se estrecharon cuando vio aquellos dedos curvarse ligeramente, deslizándose apenas en el interior de Gabrielle. Ésta suspiró quedamente, pero aun así el sonido llegó hasta los oídos de Xena y más allá. Luego los retiró lentamente, de forma que la humedad que los cubría quedó a la vista. Abriendo sus empañados ojos verdes, la reina usó esa mano para indicarle a Xena un punto entre sus extendidas piernas. Quería a la guerrera cerca de su mano y, dirigiéndose a ella, Gabrielle susurró en voz baja.

 

¾Prueba.

 

¿Cómo podría Xena no aprovechar la oportunidad? La guerrera se apoyó hacia delante y abrió la boca ávidamente, tomando ambos dedos de Gabrielle en su interior. Sin pensar, Xena agarró fuertemente la muñeca de la reina, deseando que el regalo no le fuera arrebatado de repente. Cerrando sus ojos, emitió una especie de ronroneo desde el fondo de su garganta ante el exquisito sabor que llenó su paladar. Saboreándolo todo, Xena dejó que su lengua recorriera cada uno de los dedos de Gabrielle, chupando levemente toda su superficie. El sabor de su reina le hizo morderla delicadamente, sujetando cada dedo con los dientes mientras su lengua resbalaba alrededor y entre ellos. No planeaba dejarla ir hasta que se hiciera con cada pequeña gota de Gabrielle.

 

Cuando abrió los ojos, Xena se encontró con una ceja muy levantada que le respondía. No era  que a la reina le disgustara lo estaba haciendo, sino la mera presunción de que la guerrera podía simplemente hacer lo que quisiera al sujetar la muñeca de Gabrielle. La verdad del asunto era que Gabrielle disfrutaba viendo las reacciones de Xena, pero en este momento ella llevaba las riendas. Bajando la vista, Xena soltó rápidamente la mano de la reina y Gabrielle se retiró. La guerrera no pudo por menos que mostrar una sonrisa libertina y encogerse de hombros. La mano de Gabrielle rápidamente fue a la barbilla de Xena para capturar los ojos de la guerra y mirarla de modo desafiante.

 

Hubo silencio durante unos momentos mientras azul y verde se batían en duelo. Con uno de sus dedos Gabrielle recorrió el labio inferior de Xena, de forma que pudo comprobar que el  leve indicio de su gusto todavía permanecía en él. Respirando profundamente, Xena entrecerró los ojos. Los músculos de su cuerpo temblaban por la fuerza de su excitación. La barbilla de Gabrielle se elevó unos milimetros y su guerrera se sometió, bajando primero la mirada. Gabrielle sonrió mientras sus dedos se deslizaban sobre las acaloradas mejillas de la mujer. La reina había ganado otra vez.

 

Gabrielle tomó entonces las manos de Xena entre las suyas y, doblando la otra pierna, las colocó sobre sus rodillas alzadas. Se sonrió un poco cuando sintió el fuerte tacto de Xena y sus cálidas manos. Definitivamente, su guerrera estaba lista y ella quería que Xena mantuviese contacto con su cuerpo para esto.

 

Xena contempló cómo Gabrielle movía las manos abajo sus propios muslos, con un toque tan leve que las yemas de sus dedos apenas tocaban la superficie, pasando sobre los claros rizos. Una de las manos de la reina siguió subiendo por su cadera y luego a través de su bien torneado vientre, tomándose su tiempo antes de alcanzar su destino final. La respiración de la guerrera se detuvo un momento cuando vio las yemas de los dedos de Gabrielle moverse ligeramente sobre uno de sus pechos, trazando círculos alrededor de las firmes curvas antes de cernirse sobre el pezón. Tras echar un vistazo al rostro de Gabrielle, Xena respiró hondo y volvió a mirar hacia su mano.

 

Con movimientos enloquecedoramente lentos, la yema del dedo de Gabrielle comenzó a rodear su pezón, y la sensibilizada carne a responder inmediatamente al roce. La reina emitió un suspiro mientras cada movimiento le proporcionaba más presión. Xena apenas pudo mantenerse erguida cuando vio el rubor que inundaba el rostro de Gabrielle, cuando dejó de rodear y comenzó a comprimir la endurecida carne. Al tirar del pezón, la reina dejó escapar un lento gemido, cerrando los ojos ante aquella sensación. El cuerpo de Xena tembló de modo incontrolable con ese sonido, y luego advirtió que la otra mano de Gabrielle  había comenzado su propia exploración. Iba a morir, lo sabía. Contemplar a Gabrielle significaba siempre una muerte lenta, dulce.

 

Los ojos de Xena estaban clavados en los dedos de su reina cuando una vez más se abrieron camino a través del enredado y húmedo pubis dorado. Con la habilidad nacida de la experiencia, los dedos de la reina se deslizaron primero hacia el interior, y luego hasta el centro mismo del lugar para el cual Xena vivía en ese momento. Gabrielle emitió un gemido más fuerte cuando sus dedos encontraron ese lugar, tan familiar. Sabía exactamente lo que estaba haciendo.

 

Xena agarró con más fuerza las rodillas de Gabrielle, su cabeza descendió inconscientemente hasta situarse entre las rodillas de la reina, y sus ojos recorrieron primero aquellos dedos escurridizos para pasar luego a la masajeada y excitada piel y a la expresión de la reina. La  guerrera emitió un suave murmullo ante la visión del rostro de Gabrielle. Con la cabeza ligeramente ladeada, los ojos de la reina se mantenían cerrados mientras un rubor ardiente viajaba por su pecho y su cuello hasta sus mejillas. Sus labios estaban entreabiertos, su respiración se aceleraba cada vez más y sus graves gemidos se intensificaban. Una ligera capa de humedad sobre su frente mojaba los dorados mechones de su cabello. Para Xena, Gabrielle nunca había estado más hermosa.

 

Cuando sintió que las caderas de la reina comenzaban a elevarse ligeramente, los ojos de Xena se vieron atraídos nuevamente hacia abajo, entre las piernas de Gabrielle. Sin pensarlo, giró su cabeza y con vehemencia besó el interior de la rodilla de Gabrielle, sin apartar sus ojos de la mano de la reina. No estaba segura de lo que Gabrielle hacía exactamente con sus dedos, pero la reina había hecho lo mismo a Xena las suficientes veces como para que adivinase cómo era: brillantemente intenso. Con movimientos rítmicos, los dedos de Gabrielle presionaban contra sí misma, las yemas de sus dedos se deslizaban alrededor de la pequeña extremidad endurecida, enrojecida por la excitación. A cada roce, con cada círculo, los profundos gemidos de la reina se hacían más fuertes y prolongados, provocando el aumento de la lujuria de la guerrera.

 

La  propia respiración de Xena se estaba acelerando contra la pierna de Gabrielle mientras sostenía las rodillas de la reina y miraba las subidas y bajadas de sus caderas, con la misma lenta cadencia de sus dedos en movimiento. Los dientes de la guerrera encontraron la tibia carne del muslo de Gabrielle, cerca de su rodilla, y la mordió suavemente mientras la besaba.  Necesitaba estar totalmente unida a la reina mientras su cuerpo respondía a lo que sus ojos estaban contemplando. Ella también estaba más que húmeda.

 

Los ojos de la guerrera se dirigieron a la reina cuando sintió que agarraba una de las manos con la que sostenía sus rodilla y entralazaba sus dedos fuertemente con los de Xena. Mientras, su otra mano continuaba moviéndose de forma constante. Con sus ojos firmemente centrados en los de Xena, Gabrielle comenzó a temblar al tiempo que sus gemidos llenaban lentamente la habitación y a la propia guerrera. Quería que Xena oyera exactamente lo bueno que era lo que estaba sintiendo, y quería que también lo viera. Ni mil carros de guerra podrían haber separado a Xena de su reina. Gabrielle estaba imponente.

 

Elevando sus caderas y manteniéndolas al nivel de los ojos de Xena, los dedos de Gabrielle se deslizaron lentos y escurridizos, rozando con perfecta precisión contra la sensible carne. La guerrera respiraba fuertemente junto con Gabrielle manteniendo sus labios, su lengua y sus dientes contra el muslo de la reina. Sintió los dedos de Gabrielle presionar contra los suyos cuando ésta inmovilizó todo su cuerpo excepto su otra mano.

 

Atrapando los ojos de Gabrielle, Xena vio la lucha que sostenía para poder mantenerlos abiertos. Con la cabeza contra las almohadas, la boca de la reina estaba abierta pero ningún sonido salía de ella. Podía ver que Gabrielle estaba justo al límite y Xena esperó totalmente inmóvil con ella, incapaz de hacer otra cosa aparte de mirar, mientras su propio corazón la golpeaba frenéticamente. El único movimiento entre las dos era el de los dedos de Gabrielle, acariciándo en deliberadamente lentos círculos, mientras ambas contenían la respiración. Era un momento de completa perfección.

 

De repente, las caderas de Gabrielle se elevaron un poco más alto y Xena la oyó exhalar: “¡Oh  Dioses!” cuando la reina se entregó a una sensual, lenta y prolongada liberación. Apoyando su cabeza atrás, contra las almohadas, y cerrando los ojos fuertemente, los profundos gemidos de Gabrielle se mantuvieron sincronizados con el movimiento rítmico de sus caderas. Sus dedos continuaron lenta y persistentemente mientras disfrutaba cada vibración de su cuerpo y su otra mano agarraba fuertemente a Xena. Con una última elevación de su cadera, Gabrielle dejó su cuerpo caer sobre la cama, y sus piernas se estiraron involuntariamente mientras tomaba aliento. La mano de la reina permaneció donde estaba, descansando delicadamente contra los empapados rizos. Para Xena, Gabrielle estaba magnífica: total, completa, y sin lugar a dudas, apetecible.

 

La reina apenas fue consciente del momento en que Xena se soltó de su mano y la cama se movió ligeramente cuando tomó aliento. El pensamiento que la había llevado al borde era la reacción de la guerrera hacia lo que ella le había mostrado esa noche. Sabía que casi había obligado a Xena a saltarse las normas de sus bien trazados planes. Al sentir calidez sobre su cuerpo, Gabrielle abrió lentamente los ojos y miró hacia arriba, a una Xena ardiente y excitada que se mantenía elevada sobre las manos y las rodillas. La reina comprendió que si quería mantener a su guerrera bajo control, debería demostrar su favor hacia ella. Incorporándose, las manos de Gabrielle se deslizaron por los musculosos brazos de Xena, sobre sus amplios hombros y la columna hasta el cuello de su guerrera. Podía sentir la tensión en el cuerpo de Xena, esa energía acumulada y reprimida de la guerrera que tanto le gustaba.

 

Todo el cuerpo de Xena vibraba y sus ojos suplicaban a Gabrielle. Cada milímetro de ella parecía reaccionar cálidamente con el suave contacto de la reina, como si pequeños pedazos de sol bulleran contra su piel. Mirando a la reina, Xena no se sentía, en absoluto, incapaz de rogar. De hecho, algunos podían pensar que La Princesa Guerrera no suplicaba nunca, pero esta noche, Xena se había metido de lleno en lo que había comenzado como una pequeña apuesta, pero que se había convertido en un juego de seducción de proporciones épicas. Parte de lo que lo hacía tan estimulante era lo improbable de la situación, la idea de la guerrera sometiéndose a Gabrielle, pero justo porque ella lo había permitido, y porque Gabrielle había llevado a cabo su parte de un modo tan convincente, estaba funcionando. Vaya si lo estaba haciendo.

 

En el momento en que Gabrielle colocó las manos sobre su acalorada cara, Xena cerró los ojos, y un leve recuerdo de lo que esas manos habían estado haciendo momentos antes invadió su mente y su cuerpo, recordándole lo mucho que necesitaba a la reina. Abrió los ojos, capturó los de ella, y su cálido y profundo color verde le devolvió un amor de proporciones increíbles, junto con una promesa. Gabrielle parecía estar esperando la palabra mágica antes de decidir su próximo movimiento. Con los brazos temblando ya por la tensión, Xena dejó escapar esa palabra.

 

¾Por favor.

                    

 


En ese momento, Gabrielle sintió una oleada de emoción barrerla por dentro, al darse cuenta del sacrificio y la presión que había impuesto sobre la guerrera. Esa sola palabra había enviado una señal directa desde los labios de Xena al corazón de Gabrielle. Con una cálida sonrisa en su rostro, Gabrielle deslizó sus manos tras el cuello de la guerrera y tiró de ella hacia abajo. Con infinito afecto, la fría fachada de la reina desapareció de su voz y fue sustituida por un cariñoso susurro.

 

¾Ven aquí, mi amor.

 

Xena dejó escapar una leve y susurrante queja cuando sintió sus brazos ceder, y sus ojos se cerraron ante el enorme placer que la invadió cuando todo su cuerpo entró en contacto con la calidez de su reina. Respirando profundamente, dejó que su cara acariciase el cuello de Gabrielle, inhalando su dulce aroma y estremeciéndose en cada lugar en que entraban en contacto. Sintió los brazos de la reina alrededor de su cuerpo, y Xena únicamente fue capaz de depositar pequeños y efímeros besos sobre su cuello. Era realmente impresionante cuánto amaba a Gabrielle,  ese amor podía hacerle sentir débil como un gatito o poderosa como un tigre. Y ahora mismo, con las manos de la reina moviéndose en lentos y sensuales círculos sobre su espalda, Xena sentía ganas de ronronear.

 

La guerrera sintió la cabeza de Gabrielle girarse y, aún con los ojos cerrados, Xena notó los suaves labios de la reina sobre los suyos, en un cálido beso. Todo lo que Xena pudo hacer fue abrir la boca cuando Gabrielle la besó, presionando con la lengua en su interior, en lentos movimientos. Respirando entrecortadamente, el cuerpo de Xena tembló al sentir las manos de Gabrielle moverse entre su cabello y atraerla hacia ella para profundizar el beso. Xena no opuso resistencia cuando Gabrielle giró lentamente y dejó descansar su cuerpo sobre el de la guerrera. Con todo lo que Xena estaba sintiendo en ese momento, la reina podría haberle exigido cualquier cosa y ella se lo habría dado tan libremente como le daba su amor. Tanta era la intensidad de sus emociones.

 

Al notar que Gabrielle comenzaba a apartar lentamente sus labios, Xena mantuvo los ojos cerrados y las manos de la reina viajaron a través de su pelo, y sus dedos alcanzaron la ardiente cara de la guerrera. Respirando profundamente, Xena abrió los ojos y miró a Gabrielle, una tímida sonrisa en su cara enmarcada por su cabello dorado que le caía por ambos lados. La reina tenía una mano sobre la cama, cerca del hombro de la guerrera, y sus rodillas pegadas junto a los cálidos costados y las caderas de Xena. Fue entonces cuando se dio cuenta también de que Gabrielle estaba apoyada sobre la parte baja de su estómago, donde la calidez y la humedad le causaban un casi imperceptible temblor que se extendía por todo su cuerpo. Daba la impresión de que lo único en que Xena podía centrar su atención eran las ligeras plumas que colgaban de la gargantilla amazona de Gabrielle, balanceándose hipnóticamente.

 

Con extremo cuidado, Gabrielle continuó inmersa en esos ojos azules mientras asió una de las manos de la guerrera con la suya, entrelazando los dedos. Elevándose ligeramente, la reina le tomó también la otra y la presionó ligeramente. Xena contempló cómo la reina elevaba ambas y depositaba suavemente un beso en cada una de ellas, casi como bendiciéndolas, antes de inclinarse y colocarlas por encima de la cabeza de la guerrera, de manera que sus pechos quedaron muy cerca de la cara de Xena. Gabrielle nunca sabría con certeza lo cerca que estuvo la guerrera, ante esa tentadora visión, de perder el escaso control que mantenía su cuerpo a raya.

 

Xena inclinó la cabeza para mirar hacia arriba cuando sintió las manos de Gabrielle llevar las suyas hasta dos de los postes de madera que conformaban el cabecero de la cama. Recordó entonces la hilera de oscuros postes que lo recorrían en toda su longitud, con cierto cariño y nostalgia. Aquel Dionisíaco fin de semana había sido... ingenioso. Sonriéndose a sí misma ante el recuerdo, volvió a mirar hacia los ojos de Gabrielle antes de que la reina retirara sus manos. Con un seductor susurro, Gabrielle emitió su siguiente orden, volviendo rápidamente a su papel de reina.

 

¾Agárrate bien...

 

Retrocediendo ligeramente, Gabrielle permitió que uno de sus pechos tocara la cara de Xena, arrastrándose sobre su cálida piel, a través de su ceja y su mejilla. Sonriendo ante el temblor involuntario de la guerrera, la reina desplazó su cuerpo a un lado, asegurándose de que su otro pecho y su pezón se deslizaran por la mejilla de Xena y sobre sus labios antes de que Gabrielle descendiera para susurrar en su oído.

 

¾... y no te sueltes.

 

Con las manos alrededor de los postes, Xena se estremeció y obedeció, infundiéndose valor cuando vio a Gabrielle sentarse de nuevo y contemplar la figura de la guerrera. Podría haber arrancado aquellos postes de la cama sin dudarlo a pesar de que no estaba encadenada, pero por Hades que no iba a soltarse. Flexionando sus músculos, vio los ojos de la reina admirarse ante la presión del cuero sobre los bíceps de la guerrera.

 

Xena estaba extendida sobre la cama, bajo la reina, con los brazos sobre la cabeza, y cada músculo de su cuerpo contrayéndose. Con un suspiro, sintió las manos de Gabrielle   descender y recorrer la cara interior de sus brazos con las yemas de los dedos, haciendo a sus bíceps reaccionar y flexionarse. Con una mirada, la guerrera vio las manos de la reina continuar bajando muy despacio a ambos lados de su cuerpo, y tuvo que morderse el labio inferior para evitar incorporarse ante la cosquilleante sensación. Con las yemas de los dedos, Gabrielle recorrió el lateral de los pechos de Xena, sin apenas rozar la cálida piel. Ella no pudo evitar entonces mover sus caderas ante el suave contacto, pero cuando Gabrielle detuvo sus manos y elevó una de sus cejas, la guerrera se obligó a mantenerse inmóvil de nuevo. La reina le dedicó una sonrisa como recompensa.

 

Con la misma enloquecedora lentitud de antes, las yemas de Gabrielle empezaron entonces a trazar círculos alrededor de los pechos de la guerrera, comenzando en las curvas exteriores para luego dirigirse hacia el centro. Xena inhaló aire y lo mantuvo cuando los dedos de la reina llegaron al borde de los oscuros círculos, alrededor de sus pezones. Mirando hacia las manos de Gabrielle, Xena dejó escapar el aire cuando las yemas de la reina comenzaron a moverse lentamente sobre la tensa superficie. La guerrera elevó de nuevo sus caderas cuando vio a Gabrielle cernerse sobre sus pezones, frunciendo sus oscuras cejas y dejando caer su mandíbula ante lo que vendría después. Y casi se sintió morir allí mismo cuando las manos de la reina se detuvieron por completo sobre su cuerpo.

 

Dioses, no podía aguantar mucho más esta... tortura. Gabrielle había estado torturándola desde que subieron las escaleras hasta ese exquisito y doloroso momento. Tomándose su tiempo, dando órdenes a Xena, tentándola a cada oportunidad, atormentándola despiadadamente. ¡Era un castigo cruel! ¡Cualquiera podría verlo! ¿Trataba la reina a todos los que gobernaba con semejante mano de hierro? Xena estaba absolutamente convencida de que no saldría de este reinado con vida. Tras relajar sus caderas de nuevo, la guerrera sintió los dedos de Gabrielle presionar contra sus estimulados y sensibles pezones con esas mismas, pero ahora delicadas, manos. “Una vez más..” reflexionó, “... vaya manera de morir.”

 

Gimiendo ante el contacto, Xena se agarró fuertemente a  los postes de madera mientras sentía que Gabrielle jugaba con sus pezones, presionando y estirando, circundando y rozándolos. Perdiéndose en la verde mirada, el aliento de la guerrera se entrecortó, ya que la atención que sus pechos recibían de la reina se transmitía al resto de su cuerpo. Sin mover sus caderas (puesto que después de todo había aprendido la lección), Xena se arqueó ligeramente para asegurarse de que las manos de la reina tuvieran pleno acceso a cada curva que desearan tocar. Xena daría el rescate de una reina por sentir los labios de Gabrielle sobre uno de sus pezones. Por Hades, incluso daría cinco dinares extra por su lengua si estuviera en posición de negociar... pero no era así.

 

Gabrielle acariciaba cada pezón con cuidado, usando sus pulgares, sonriendo a Xena con cada temblor que percibía en el cuerpo de la guerrera. La reina aumentó su presión, apretando la carne excitada para mayor placer de Xena y, con ello, Gabrielle se inclinó hacia delante, colocando su peso sobre ésta hasta aproximar sus labios cerca de su boca y pararse a escasos milímetros. Xena buscó entre los ojos verdes y tragó saliva cuando comprendió que Gabrielle  no iba a besarla, tan sólo pretendía dejar los labios casi rozando con los suyos. La guerrera podía sentir el cálido aliento de la reina cosquilleando en su cara. Tortura.

 

Con un toque tan ligero como un susurro, Gabrielle rozó con sus labios en las comisuras de los de Xena y dejó su lengua acariciar la esquina de la boca de la guerrera antes de arrastrarla suavemente a lo largo de su mandíbula. Flexionándose por la tensión mientras se agarraba a  los postes, Xena sintió los labios de Gabrielle besar su cuello, mordisqueando un poco para marcar su piel antes de besar el camino hacia su oído. Allí, la reina hizo una pausa, simplemente respirando sobre el lóbulo de la guerrera un momento, dejando que Xena pensara... de todo. Gabrielle, entonces, lo inundó con su lengua y la retiró rápidamente mientras susurraba a su guerrera.

 

¾Cierra los ojos.

 

Xena inhaló el leve perfume del cabello de Gabrielle que cubría su rostro antes de cerrar los ojos, dolorosamente conscientes de cuánto deseaba mirar lo que la reina le hiciera. De repente,  sintió a Gabrielle separarse de ella, sus labios abandonar su oído, sus manos alejarse de sus pechos y su peso retirarse de la mayor parte de su cuerpo. Todo lo que quedaba era la reina sentada sobre sus caderas y su vientre. Con la cabeza ligeramente inclinada hacia atrás, Xena intentó utilizar todos sus otros sentidos para averiguar lo que Gabrielle pretendía hacerle.

 

La reina se sonrió al observar la imagen de pura tensión concentrada que ofrecía la guerrera. Con su largo pelo negro derramado sobre las almohadas de la cama y su piel de bronce que brillaba a la luz de las velas, Xena se le aparecía suntuosamente ardiente. Sus labios todavía estaban separados desde que habían esperado un beso real y sus enrojecidas mejillas ardían. Gabrielle tuvo que serenarse ella misma ante todo el poder salvaje que se extendía bajo su cuerpo. Sabía que no podía poner grilletes sobre Xena y nunca había pretendido privarla de su libertad , de hecho todo lo contrario. Al igual que Xena la había liberado de una vida que ciertamente no merecía ser vivida, ella había ayudado a la guerrera a encontrar su propio camino hacia la esperanza y la redención. Juntas en el amor, habían encontrado la liberación.

 

Sin embargo ahora mismo, la reina encontraba la sumisión de Xena realmente inspiradora. Xena sintió el peso de Gabrielle mudarse ligeramente y que la humedad se apretaba contra su propio vientre musculoso. Podía oír a la reina que revolvía en algún sitio, a su derecha, y luego un ligero sonido metálico antes de que sintiera a Gabrielle recostarse sobre ella. Con los ojos  cerrados, intentó averiguar exactamente lo que ocurría. Dos pequeños puntos fríos contra sus costados la hicieron saltar ligeramente. No tenía idea de lo que podía ser aquello que se arrastraba fría pero suavemente desde sus costillas hasta sus brazos, y luego volvía a recorrer el camino inverso. O lo que podía estar rodeando sus pechos siguiendo el trazado exacto que  los dedos de Gabrielle acababan de marcar anteriormente. Xena no podía identificarlo. Todo lo que sabía era que no eran los dedos de la reina. Aquello parecía rígido y glacial sobre su piel, y le excitaba ese misterio.

 

Repentinamente no sintió ni oyó nada. Suspirando profundamente y apretando nerviosamente los postes de la cama, Xena esperó lo desconocido. Pareció una eternidad. Lamiendo sus labios, Xena tragó saliva. En algún lugar sobre ella, la voz de Gabrielle fluyó con un sutil tono meloso capaz de calmarla.

 

¾¿Lista?

 

Aquella pregunta tenía que ser retórica, porque Xena estaba lista desde que llegaron a la habitación. Su cuerpo había resistido un gran asalto de sentidos y Gabrielle la había empujado un poco más allá del límite a cada vez. Si Xena no estaba lista, entonces tendría que encontrar una definición nueva del término y poner el rostro de la guerrera en los pergaminos, al lado del concepto. Sin capacidad para articular palabra, la guerrera sólo pudo cabecear. Eso sí, con entusiasmo.

 

Al principio no percibió nada, pero entonces sorprendentemente sintió una explosión de sensaciones que se mezclaban con intensidad. Placer, dolor, presión, alivio, tensión, liberación; todo ello combinado. Tuvo que luchar para mantener los ojos cerrados, pero no necesitaba ver para sentir exactamente lo que Gabrielle le estaba haciendo. Gimió profundamente ante la idea, el sentimiento y la sensación. ¡Dioses!

 

Los ojos de Gabrielle adquirieron un tono más oscuro cuando comprobó sus efectos sobre la  guerrera. La luz de las velas en el cuarto destacaron un reflejo de metal. De algún modo, sospechaba que Xena sabría apreciarlo. Y francamente, Gabrielle casi lo disfrutaba tanto como ella. La reina había establecido sin lugar a dudas su propio y particular dominio sobre la guerrera. Allí, en contraste con la oscura piel de la guerrera, sujetándose con perfecta presión sobre sus pezones, había colocado los dos prendedores para el cabello que le dieran las amazonas.

 

 

 

 


Era simplemente exquisito. Esa era la única palabra que Xena podría utilizar para describir lo que sentía. Una cantidad exacta de presión sin apenas dolor. Todas las sensaciones corrían  desde su cuerpo hacia aquellos dos puntos de placer, como si concentraran el calor del sol y el frío del mar en sus pezones. No podía pensar nada, su cuerpo ardía totalmente.

 

Extendiendo la mano, Gabrielle rozó ligeramente con las yemas de los dedos sobre los clips dorados, obteniendo otro gemido de la guerrera. Aquellos prendedores habían sido un regalo de Ephiny, confeccionados para el cabello de Gabrielle, pero perfectamente idóneos en su función actual. Podía ver que el cuerpo de Xena estaba desesperadamente necesitado. Incluso cuando simplemente se elevó, la guerrera gimió con el deslizamiento de la humedad sobre su piel. Todo el cuerpo de Xena era sensible al toque de Gabrielle. Era hora de liberar a la  guerrera.

 

Xena pudo sentir el esbelto cuerpo de Gabrielle inclinándose sobre el suyo, los pechos de la reina apretando contra los suyos haciéndole más consciente de los clips, de los propios pezones de Gabrielle y del delicioso peso del cuerpo de su amante. Podía sentir el cálido aliento de Gabrielle contra su oído, susurrándole.

 

¾No te muevas.

 

Y con esto, Xena protestó lanzando un gemido cuando sintió el cuerpo de su reina abandonarla, la pérdida repentina de la adorable piel de Gabrielle no era, en absoluto, bienvenida. La guerrera se sujetó firmemente a los postes de madera cuando sintió el temblor de la cama que provocó Gabrielle al levantarse, dejándola sola, extendida sobre las sábanas de seda azul oscuro. Respirando profundamente, la guerrera intentó hacer un poco de meditación, algo que ella creía le permitiría recuperar el control sobre su cuerpo. Exhalando tras el fracaso,  Xena sacudió su cabeza: “Liberarme del deseo, seguro”.

 

Ladeando la cabeza, la guerrera agudizó su oído hasta hacerlo más sensible a lo que sucedía a su alrededor. Podía escuchar a Gabrielle quieta junto a la mesilla de la cama, sirviéndose un vaso de vino. Imaginó a la reina contemplarla con un aire de suprema confianza a medida que levantaba su vaso y bebía, y la idea de aquellos ojos verdes vagando sobre su cuerpo produjo un ligero escalofrío a lo largo de su columna vertebral. Dioses, parecía una virgen Hestiana por el modo en que se estaba sintiendo, desnuda y esperando a su diosa. Con una ligera corriente de aire, Xena sintió a Gabrielle acercarse a la cama.

 

Entonces, sus labios se tintaron con el vino caliente procedente del dedo de Gabrielle. Xena no pudo evitarlo y su lengua se deslizó hacia el exterior, saboreando la sal y las uvas. Escuchó a Gabrielle reírse ahogadamente mientras la dejaba actuar libremente, por ahora. Xena estaba sedienta hasta extremos incalculables, y el consuelo del líquido apenas fue suficiente para satisfacerla. El dedo de la reina abandonó sus labios, pero regresó de nuevo, esta vez después de que sumergiera dos dedos en su vaso de vino. Tomando los dedos de Gabrielle en su boca, Xena los chupó tal y como había hecho antes, con la misma ansiedad. El alivio del dulce vino se vio acompañado por el creciente deseo de la guerrera. 

 

Los dedos de Gabrielle se recogieron en ese momento, regresaron contra sus labios con renovada dulzura en ellos. Xena parecía ronronear mientras chupaba la miel de los dedos de la reina, y su dorado sabor inundaba su boca. Cuando Gabrielle se retiró y volvió de nuevo, fue con un vaso de mermelada de bayas, mezclada con grosella e higos. A cada vez, Gabrielle le proporcionaba algo nuevo para que tomara de sus dedos… cremas azucaradas, fruta triturada. Era un asalto de sabores que dejaba una increíble sensación dulce en la boca de Xena, puesto que la tierna alimentación de Gabrielle excitaba su paladar tanto como su cuerpo. El último sabor que la reina dejó en su boca fue el más delicioso de todos, el sabor picante de la propia Gabrielle. Dioses, su reina sabía lo que hacía.

 

Sintiendo que los dedos de Gabrielle se retiraban de su boca y no volvían a ella, Xena frunció el ceño y tuvo que morderse la lengua para no hablar. Era verdad que elegía sus palabras sabiamente, pero las palabras que intentaba evitar esta vez eran muy crudas, puesto que lo que estaba cruzando por su mente era decididamente… primario. Quería suplicar cosas a Gabrielle, quería ordenarle hacer cosas, y quería gritar. Quería gritar con fuerza. Expresó con un gruñido su frustración y tiró un poco más fuerte de los postes, de forma que la madera rechinó bajo la tensión.

 

Un ruido a su derecha la distrajo y escuchó, oyó a Gabrielle moverse por la habitación, revolviendo cosas aquí y allá, abriendo cajones. Lo que habría dado por abrir los ojos y ver lo que la reina estaba haciendo  - lo que la estaba enloqueciendo -  la parte no conocida, especialmente cuando sabía lo creativa que Gabrielle podía ser. A pesar de no tener la gran experiencia de Xena en lo referido a asuntos íntimos, ambas se conocían perfectamente por los dos años que llevaban juntas. Además, Gabrielle poseía una sensualidad que no provenía de la experiencia, sino de ser una bardo apasionada y del hecho de que lo percibía… todo. Observaba las pequeñas cosas que gustaban a Xena, las cosas que podían llamar su atención, las que podían apaciguarla o excitarla. Gabrielle sabía hacer el amor del mismo modo que sabía contar historias… con una intensa naturalidad, una pasional y creativa habilidad.

 

Xena escuchó los ligeros pasos de la reina atravesar la habitación de vuelta a la cama, donde se detuvieron. La guerrera apenas era capaz de controlar su cuerpo por la expectación. Por alguna extraña razón, sentía como si no hubiera recibido el contacto de Gabrielle durante días, ¿cuánto tiempo hacía? ¿Una eternidad? Todo en lo que podía pensar era en la Reina. Todo su cuerpo dolía por Gabrielle, aunque unas zonas más que otras. Sus músculos se flexionaban y su cuerpo se crispaba contra su voluntad. Xena era un tigre enjaulado, esperando para ser domesticado... o para atacar.

 

En la parte baja de la cama, sintió que Gabrielle escalaba y se situaba cerca de los pies de la guerrera. Podía oír la ligera respiración de la reina, el rítmico latir de su corazón, el modo en que se relamía. Xena gimió al sentir las manos de Gabrielle extenderse y rozarle apenas las plantas de los pies. Podía incluso oír la sonrisa de Gabrielle. Xena sintió el suave ataque del pulgar de la reina contra sus pies, y mientras bajo otras circunstancias eso le habría hecho cosquillas, ahora no hizo sino enloquecerla. Con suaves caricias, los pulgares de Gabrielle se desplazaron sobre los pies de Xena antes de que sus manos se deslizaran y envolvieran los tobillos de la guerrera, de forma que el suave lazo de la reina la devolvió a la realidad.

 

El cuerpo de Xena en este punto era flexible, a pesar de la tensión. Gabrielle podría haberla movido de cualquier forma que hubiese deseado, ella no habría protestado ni lo más mínimo. La cama y la reina se movieron y Xena sintió a Gabrielle elevarle las piernas hasta que quedaron dobladas por las rodillas. Pudo escuchar la respiración de la reina cuando las separó, abriéndose camino para arrodillarse entre ellas. Allá donde sus manos la tocaban, quedaba una sensación de hormigueo.

 

Gabrielle contempló a Xena, con sus ojos verdes completamente oscurecidos ante lo que veía.  Su guerrera se sujetaba a los postes de la cama como si le fuera la vida en ello, sus ojos estaban cerrados con fuerza, su boca levemente abierta, un ligero brillo de sudor cubría todo su cuerpo, con las piernas dobladas y abiertas, y los prendedores de Gabrielle brillando a la luz de las velas. No estaba segura de que pudiera satisfacer una necesidad tan grande como la de Xena, pero maldita sea si no lo iba a intentar. Además, ella había provocado todas las pausas esa noche y después de todo, era la reina.

 

Xena sintió cómo el cuerpo de Gabrielle se movía contra la parte interior de sus piernas, las manos de la reina recorriendo la parte exterior de sus tobillos, sus rodillas y sus piernas hasta que sus manos se quedaron en las caderas de la guerrera. Con una ligera presión, sintió las manos de Gabrielle tirar hacia arriba, indicando a la guerrera que elevara las caderas para su reina, lo cual ella hizo. Xena tuvo que morderse la lengua otra vez para acallar su deseo de hablar, de suplicar, de rogar. La guerrera sintió los dedos de Gabrielle rozar suavemente su piel antes de notar cómo una de las manos de la reina abandonaba su cadera.

 

Gritó con el primer contacto de Gabrielle con la parte donde ella era sólo calor y humedad. Tuvo que resistir el instinto de su cuerpo de dejarse llevar ahí mismo al sentir los dedos de la reina deslizarse sobre ella suavemente. Sus caderas empezaron a moverse como respuesta y casi soltó los postes de la cama. Cada parte de su ser estaba concentrada en los dedos de Gabrielle. Con deliberada lentitud, la sintió desplazar las yemas de sus dedos, bajar por un lado y subir por el otro, sin apenas tocar los rizos oscuros, que estaban completamente empapados. Gritó de nuevo cuando la reina acarició una zona extremadamente excitada, sus caderas se elevaron un poco más y clavó los dedos de los pies en las sábanas ante la ligera presión. Su mente se quedó completamente en blanco cuando sintió a Gabrielle acercarse y soplar aire caliente en la zona que sus dedos masajeaban. Dioses...

 

Justo cuando la guerrera pensaba que no podría contenerse más y que su cuerpo se colapsaría en una enorme explosión de energía contenida, sintió los dedos de Gabrielle descender. Con un gemido de frustración, Xena dejó caer su cabeza de nuevo contra las almohadas y apretó la mandíbula. ¡Negado! Luego sintió la suave presión de la mano de Gabrielle en su cadera, devolviéndola al presente, prometiéndole más. Respirando hondo, sintió la otra mano de la reina deslizarse, sus dedos moviéndose gentilmente sobre humedad y abriéndola, aunque ella ya estaba preparada.

 

Los dedos de Gabrielle se retiraron y por un breve momento, Xena supo lo que debía ser perder la cabeza por pura excitación y necesidad desesperada. Casi daba miedo. La cama se movió y sintió de nuevo las dos manos de Gabrielle en sus caderas, agarrándola, hasta que sorprendentemente notó que algo presionaba entre sus labios separados. Gimiendo, Xena sintió a Gabrielle comenzar a empujar contra ella mientras sus manos acercaban las caderas de la guerrera. Fue entonces, cuando sintió la suavidad del cuero penetrándola, que Xena se dio cuenta de que era, realmente, esclava de Gabrielle.

 


Al diablo las órdenes de la reina, Xena abrió los ojos y casi se desmayó con lo que descubrió ante ella. Ahí, entre sus piernas, Gabrielle estaba de rodillas, sujetando sus caderas y apretada firmemente contra ella. ¡Dioses! Xena gimió fuertemente cuando sus ojos atraparon los de la reina. Gabrielle tenía una pequeña y sexy sonrisa y sus ojos verdes centelleaban. Estaba claro que disfrutaba. Con el más ligero levantamiento de su barbilla, Gabrielle retó a Xena mientras se retiraba lentamente, y con ella la plenitud del cuerpo de la guerrera. Xena gimió ante la presión y luego por la falta de ella. Su reina era soberbia.

 

Agarrando las caderas de Xena, los ojos de Gabrielle se oscurecieron y su cara tomó una apariencia más seriamente sensual. La guerrera miró cómo las caderas de la reina se movían lentamente y el trozo de cuero la penetraba de nuevo. Aparentemente, esto era lo que Gabrielle había comprado secretamente durante su parada en Tracia la semana anterior, excepto que en su momento le había dicho se trataba de algo para Lila. Muy astuto. Y muy bueno. Mirando hacia abajo, Xena vio un cinturón marrón en la cintura de la reina y, a juzgar por como lo sentía en su interior, el pedazo de cuero unido a él debía medir un palmo y un cuarto de largo. Los detalles perdieron inmediatamente importancia para Xena cuando Gabrielle movió lentamente las caderas en círculos, presionando completamente dentro de la guerrera. Todo lo que Xena podía hacer era elevarse más y abrir más las piernas mientras gemía de placer.

 

Manteniéndose así, las manos de Gabrielle empezaron a recorrer el cuerpo de Xena, hacia abajo por el exterior de sus piernas, hacia arriba por sus costados, luego volviendo a sus caderas y luego por debajo, sintiendo las curvas firmes antes de volver a viajar por músculos y suave piel. Xena era simple poder y gracia armonizados, preparados solamente para que la reina los tomase. Los ojos de Gabrielle nunca dejaron los de la guerrera cuando su mano fue hacia su cadera y retrocedió de nuevo, lenta y deliberadamente, saliendo del cuerpo de la guerrera excepto por la punta del cuero. Xena se aferró a los postes encima de su cabeza con fuerza y suplicándole más a la reina.

 

Con una pausa, Gabrielle revisó la guerrera, moviéndose de los ojos azules a los prendedores dorados, a los oscuros rizos y hacia arriba de nuevo. Presionando hacia delante lentamente, la reina miró cómo el cuerpo de Xena temblaba por la presión y el placer. Cuando sus caderas finalmente descansaron contra la parte interior de las piernas de Xena, llenando a la guerrera, Gabrielle se movió. Lentamente, el cuerpo de la reina descendió hasta casi cubrir el de Xena. Con las manos en la cama, a cada lado del cuerpo de la guerrera, el vientre de Gabrielle presionaba contra el de Xena mientras la reina se aguantaba justo encima de su guerrera. El cabello dorado caía a ambos lados de la cara de Gabrielle mientras sus ojos ardían en los de Xena. Con un ligero empuje de sus caderas para penetrar más en la guerrera, la voz de Gabrielle se derritió y cayó sobre Xena.

¾¿Te gusta?

Con un vigoroso movimiento de cabeza, Xena respondió. Gabrielle sonrió hacia ella.

¾Sí, sabía que te gustaría...

La sonrisa de la reina desapareció con un ligero movimiento de sus caderas, presionando. Xena nunca había visto a Gabrielle tan... intensa. La reina estaba completamente concentrada en ella, los músculos de sus brazos sosteniéndola con facilidad mientras se acomodaba entre las piernas de Xena. Gabrielle humedeció sus labios y se movió un poco, penetrándola aún más, demostrándole a Xena cuánto necesitaba aquello realmente. Levantando una de sus manos, Gabrielle dejó que sus dedos tocasen suavemente uno de los prendedores dorados en los pezones de Xena. Ésta aspiró con fuerza y aguantó el aire al ver a Gabrielle acercarse, hasta que sus labios estuvieron justo encima de su pezón, su aliento cálido cayendo sobre su cuerpo en oleadas. Mirando la cara de la guerrera, la reina rápidamente abrió el broche y cubrió completamente el pezón de la guerrera con su boca, chupando con fuerza la sensibilizada piel.

¾¡Dioses!

Xena no pudo evitar gritar mientras su cabeza bajaba de nuevo hasta las almohadas y sus nudillos se volvían blancos de la fuerza que empleó sobre los postes. Lo que Xena sentía era una imposible combinación de sensaciones, la liberación del clip, el calor de la boca de Gabrielle, la pura intensidad que inundaba su cuerpo. Casi era demasiado. Cuando sintió la boca de la reina retirarse de su pezón, gruñó por la perdida. Pero entonces gimió de nuevo cuando Gabrielle abrió el otro broche y la cálida boca de la reina lamió sobre ella, clamando su pecho. Xena se preguntó si tal vez podría dejar de respirar y simplemente existir en algún lugar sin tiempo con Gabrielle, flotando y sintiéndose así.

Luego volvió al aquí y al ahora, cuando Gabrielle movió las caderas de nuevo. Abriendo los ojos, miró la cara de la reina y sencillamente se sumergió en su verde. Respirando hondo, Xena sintió a Gabrielle retirarse lenta y completamente hasta que sólo la punta quedaba dentro, una vez más. Con una rápida mirada hacia abajo y levantándose un poco, Gabrielle vio el brillo de la humedad en el cuero y miró de nuevo a Xena con un fuego casi primario en sus ojos. Sosteniéndose por encima de ella, la voz de la reina era profundamente exigente.

¾Suplica.

Xena tragó saliva. Si alguna vez había necesitado suplicar, era ahora. Podía ver que Gabrielle estaba a punto de darle todo lo que quisiera si ella lo pedía. La mayor parte de su cuerpo quería con muchas ganas suplicar a la reina...y una pequeña parte quería dominarla. Una vez más, se veía entre la espada y la pared. Como buena guerrera, Xena decidió comprometerse. Soltando los postes de la cama, se agarró firmemente a las caderas de Gabrielle y atrajo a la reina hacia ella mientras gruñía las palabras.

¾Por favor...

Bajó las caderas de Gabrielle y de repente, Xena se encontró deliciosamente llena. Gimió ante la sensación del peso de Gabrielle entre sus piernas. Había algo muy intenso en esa sensación, como si Gabrielle encajara perfectamente en un lugar que había sido reservado solo para ella. Xena sabía que lo que hubiese podido tener antes era... inadecuado. Ahora, no obstante, lo tenía todo. Con los pulgares enganchados al cinturón de cuero en la cintura de la reina, las manos de Xena se deslizaron alrededor de Gabrielle hasta que se posaron sobre sus curvas firmes, tirando de la reina hacia su cuerpo.

Los ojos azules centellearon cuando la guerrera vio a Gabrielle levantar las cejas. Obviamente, la reina no se esperaba esto. Pero, por otro lado, no estaba del todo sorprendida. Al fin y al cabo, había llevado a Xena más allá de todo lo razonable. Si acaso, lo raro era que la guerrera hubiese aguantado tanto en cautividad. Bajando su cuerpo lentamente, Gabrielle pasó sus brazos por debajo de los de Xena y sus manos la agarraron por los hombros. Incorporándose un poco, Gabrielle acercó su cara a pocos centímetros de la de Xena y dejó que sus labios casi la tocasen. Aún no estaba lista para darse por vencida.

¾Así que...

La reina susurró mientras se retiraba un poco, sus ojos firmemente centrados en Xena. Con un increíblemente lento y sensual giro de sus caderas, Gabrielle le sonrió.

¾¿Quieres ser reina ahora, hmm?

Después de la pregunta, Gabrielle presionó sus caderas y se aseguró de que el cuero penetrara por completo a la guerrera, sonriendo cuando sintió las manos de Xena agarrarla con más fuerza. Subiendo un poco, Gabrielle dejó que su lengua pasara rozando los labios de la guerrera antes de hacer retroceder sus caderas. Con un empuje rápido, la reina presionó el cuero contra Xena, la humedad de la guerrera facilitándolo notablemente. Xena inhaló al sentir la plenitud y luego notó que Gabrielle presionaba lentamente contra ella. Acercándose, Gabrielle dejó que sus labios se deslizaran hasta el cuello de Xena, y mordió ligeramente donde latía su pulso. Con la respiración cálida de la reina en su cuello, Xena oyó las suaves y firmes palabras de Gabrielle.

¾Porque si es así...

 

Otro creciente y gutural sonido surgió de Xena cuando el cuero se movió en su interior, haciéndola gemir y presionarse contra las curvas de Gabrielle. Desplazando su atención, Gabrielle dejó que una de sus manos se deslizara bajo el muslo de la guerrera y, asiéndolo suavemente, tiró de su pierna un poco más, hacia arriba, y la colocó contra su costado. Utilizando de nuevo sus dientes sobre el cuello de Xena, Gabrielle se aseguró de trazar su presencia en él, mientras sus caderas se elevaban, deslizando ligeramente el cuero hacia el exterior. Sonrió en el cuello de la guerrera cuando sintió que, esta vez sin ninguna ayuda, su otra pierna se elevaba y la rodeaba. Al mismo tiempo que presionaba de nuevo, siguió hablando.

 

¾...estaré encantada de dejarte.

 

Ayudándose con los pies, Gabrielle desplazó su cuerpo y se abrió camino hasta que sus labios estuvieron justo sobre los de Xena. Entrecerrando los ojos hacia ella, quien permanecía mirándola con total y completa lujuria, la reina dejó escapar un leve gemido antes de besar a Xena violentamente. Su lengua se lanzó contra la boca de ésta como una vez, no hacía mucho, le había demandado. Cuando Xena se encontraba ya sin aliento, Gabrielle se retiró y la miró. La reina comenzó a balancearse entonces entre las piernas de la guerrera, y el cuero a moverse en su interior con una sutil presión. Casi susurrando, Gabrielle dijo en voz baja.

 

¾Pero tú no quieres eso, ¿verdad?

 

Xena volvió a mirar a Gabrielle mientras dejaba escapar un sordo gemido, provocado por lo que la reina le estaba haciendo. Sus manos y brazos se habían desplazado por la espalda de Gabrielle, rodeándola, con las piernas arqueadas y los pies completamente fuera de la cama. Estaba tan dispuesta y tan anhelante que ni siquiera podía hablar. Su cuerpo ansiaba ser liberado, desde hacía mucho. La idea de Gabrielle poseyéndola de ese modo le provocó un estremecimiento que la recorrió de arriba abajo, haciéndola mirar al interior de sus verdes ojos. La reina le devolvió la mirada con amor y afecto... y deseo. Estaba claro que Gabrielle estaba tan metida en esto como ella y esa idea complacía a Xena hasta extremos inimaginables. Lo único que Xena se vio capaz de hacer fue mostrar su rendición a través de sus ojos, y negar con la cabeza.

 

Gabrielle siguió balanceándose lentamente contra la guerrera, consciente de que estaba presionándola y llenándola cada vez. Podía sentir humedad contra la parte superior de sus muslos, la suya o la de Xena, no lo sabía. La zona del cinturón de la que prendía la pieza de cuero se presionaba también contra ella, el suave ante la rozaba, de forma que cuando se movía hacia la guerrera, lo sentía en sus zonas más sensibles. Y por supuesto también lo hacía sobre las de la guerrera. Aunque ésta era una experiencia nueva para Gabrielle, no le costó demasiado darse cuenta de que a Xena realmente le gustaba lo que estaba haciendo, si la cantidad de líquido que sentía y lo fácilmente que el cuero se deslizaba en su interior eran un indicador fiable. Gabrielle simplemente se dejaba guiar por unos instintos que, hasta ese momento, nunca le había fallado a la hora de asegurar la satisfacción de la guerrera.

 

Bajando la cabeza, Gabrielle encontró la oreja de Xena y la besó mientras sus caderas continuaban balanceándose, elevándose y descendiendo apenas. Xena respiraba con profundidad ante el increíblemente dulce y completamente ardiente modo en que la reina le estaba haciendo el amor. Ese pedazo de cuero no podía compararse a ningún hombre, ni de lejos. Ese suave y rígido pedazo de cuero eran los dedos de Gabrielle, su lengua, sus caderas, sus labios y su boca, y cada una de las maravillosas partes del cuerpo de la reina. Gabrielle era una mujer, una mujer que sabía exactamente cómo amar a otra, cómo amar a Xena. Dioses, la guerrera se sentía dichosa de haberla encontrado. Entonces sintió un susurro junto a su oído.

 

¾Eres tan increíble, Xena...

 

Xena cerró los ojos y se sujetó aún con más fuerza al cuerpo de Gabrielle, sus cuerpos moviéndose juntos contra las sábanas. La sensación del cuerpo de la reina sobre el suyo, los besos sobre su cuello y su oído y todo lo demás, todo, era tan intenso... Con cada una de las acometidas de Gabrielle hacia su interior, Xena dejaba escapar un suspiro, y el calor de sus cuerpos comenzaba a cubrir su piel de sudor.

 

¾Tan cálida...

 

Con un beso en su oído, Gabrielle cerró los ojos y se dejó llevar por lo que sentía mientras aumentaba un poco el ritmo, agarrándose fuerte con las manos a los hombros de Xena. La guerrera emitió una mezcla de quejido y gemido ante la sensación de lleno entre sus piernas.

 

¾Adoro tu sonido...

 

Xena sintió a Gabrielle morderle ligeramente el cuello y tiró de la reina con fuerza, más hacia ella. Enlazando sus piernas alrededor de la esbelta cintura de Gabrielle, Xena arqueó ligeramente su cuerpo mientras el cuero seguía moviéndose dentro de ella, y el cuerpo de la reina sobre ella. Gabrielle gimió quedamente en su oído ante la delicada y perfecta fricción que se producía en ella como consecuencia del movimiento. Aspirando profundamente, la reina dejó que sus labios descansaran sobre el oído de la guerrera.

 

¾Me haces sentir...

 

Gabrielle gimió de nuevo cuando las propias caderas de Xena comenzaron a mover a ambas un poco más aprisa, y sus piernas elevaron aún más a la reina. La respiración de la guerrera se aceleraba junto con su movimiento, y sus músculos se empleaban eficientemente con el cuerpo de la reina para encontrar el ritmo perfecto.

 

¾Oh Dioses, Xena... me haces sentir taaaan bien...

 

Gabrielle jadeó esas palabras mientras el cuero seguía rozándola. Elevando un brazo, Gabrielle se agarró a uno de los postes del cabecero de la cama y utilizó el apoyo para moverse contra y en el interior de la guerrera. Todo aquello se estaba volviendo totalmente ardiente y demasiado bueno.

 

¾Eres tan...

 

Las palabras de la reina quedaron ahogadas cuando Xena giró la cabeza y capturó los labios de Gabrielle con los suyos, besándola con esa increíble y lujuriosa intensidad guerrera a la que Gabrielle simplemente no podía resistirse. Ambas se movieron la una contra la otra, sus lenguas y labios luchando por ganar terreno como si su vida dependiese de ese contacto. Cuando los labios de Xena se apartaron finalmente de los de Gabrielle, la guerrera se dirigió hacia ella con voz áspera.

 

¾Hablas demasiado...

 

Gabrielle se habría reído si Xena no le hubiese urgido para que aumentase el ritmo, las manos de la guerrera descendiendo hasta la parte baja de la espalda de la reina, pidiéndole más. Y entonces Gabrielle sí se empleó a fondo, deslizando su cuerpo y presionando contra Xena. Los gemidos de la guerrera se volvieron más fuertes cuando la reina introdujo el cuero en su interior sin ningún miramiento, reforzando el movimiento de sus caderas con sus propios jadeos. Xena encontró los ojos de Gabrielle y ambas miradas se unieron, y sus labios empezaron a tocarse mientras se movían. En ese momento, el mundo podría haberse desvanecido en una bocanada de humo y ninguna de ellas lo habría notado. La cama se movía con cada acometida, la seda se deslizaba bajo la espalda de Xena y contra las piernas de Gabrielle. Reina y guerrera se amaban sin límites.

 

Los ojos de Xena se oscurecieron al oír a Gabrielle. Conocía los sonidos que emitía su amante cuando estaba a punto de dejarse llevar. Los suaves gemidos de la reina contra sus labios se estaban volviendo más rápidos, más fuertes. Al centrar su atención en los ojos de Gabrielle, encontró una mirada que conocía muy bien. Verde y dorado se fundieron cuando Gabrielle se desligó de la realidad y luchó por mantener los ojos abiertos, mientras su cuerpo aumentaba la velocidad. Parecía que después de todo, Xena iba a ser sobrepasada por su reina.

 

Si no hubiera sido por un leve movimiento y la perfecta combinación entre pausa y presión que realizó Gabrielle en el último momento, eso es lo que habría ocurrido. Lo que consiguió sin embargo fue hacer a Xena completamente consciente de la fuerza y el deslizamiento del cuero en su interior y su roce en el exterior. Junto a ello estaba la ardiente y erótica respiración, el jadeo y el húmedo calor de Gabrielle. Sencillamente, demasiado para la guerrera.

 

La mano de Xena viajó entre el cabello de Gabrielle, tiró de ella con fuerza hacia sus labios y la besó mientras su cuerpo reforzaba la interacción con el cuero. Entonces fue cuando su mente se vació completamente y todo lo que permaneció para ella fue esa mujer. Recostando su cabeza sobre las almohadas, Xena gritó al llegar al clímax, mientras los rítmicos movimientos de la reina sobre y dentro de ella extendían cada oleada de placer por todo su cuerpo. Y quedó absolutamente convertida en un millón de pedazos.

 

Con sus labios y dientes pegados al cuello de Xena, Gabrielle imitó las convulsiones que se producían bajo ella, presionando una y otra vez hasta que llegó a sentir perfectamente la intensidad, sus pechos rozando con los de Xena y el cuero contra su sensibilizada piel. Eso ya era suficiente para ella, pero el escuchar aún a Xena jadear con fuerza la puso al límite. Amortiguándose en la cálida y húmeda piel de la guerrera, la reina emitió un grito incoherente, el nombre de Xena mezclado con algunas palabras más y todo ello con una larga serie de gemidos.

 

En aquellos perfectos y plenamente felices momentos, sus cuerpos y sus corazones no podían estar más unidos. Xena y Gabrielle dejaron de ser dos, dejaron de existir por separado. Fue como si su amor combinado las llenase y formara un todo. Encontrar la otra mitad de sus almas era una cosa, pero abrazar la felicidad y la belleza de ese descubrimiento era otra muy diferente. Eso era lo que Xena y Gabrielle llevaban haciendo cada uno de los días de su vida.

 

Se movieron juntas, jadeando mientras sus cuerpos se ralentizaban. Las piernas de Xena fallaron y tuvo que moverlas, estirándolas a ambos lados de Gabrielle. El pelo largo de la reina cubría su cuello y sus hombros mientras todavía estrechaba sus labios contra ella, respirando y besando al mismo tiempo. Con una mano todavía en la parte baja de la espalda de Gabrielle y los ojos cerrados, Xena elevó la otra y, palpando, se dirigió hasta los dedos de Gabrielle para arrancarlos de los postes de la cama. Los entrelazó con los suyos antes de tomar sus manos y hacerlas descansar al lado de su cabeza. Suspirando, el cuerpo de la guerrera finalmente se relajó.

 

Gabrielle dio un último beso al cuello de Xena y luego levantó la barbilla de la guerrera. Xena presintió la verde mirada sobre ella y abrió los ojos. Allí, mirándola, estaba el amor de su vida con una de las sonrisas más tiernas y hermosas que jamás había visto sobre su rostro. Aquella sonrisa y aquella mirada le decían a la guerrera que el corazón de Gabrielle era suyo para siempre. Los ojos de Xena se suavizaron dejando aflorar su propio amor y sonrió también. Era una afirmación, una promesa, paz y felicidad todo unido.

 

Ninguna de ellas habló durante un largo rato, demasiado abrumadas, demasiado cansadas, demasiado. Xena no podría haber descrito con palabras cómo se sentía o lo que estaba pensando. Se trataba de una inmensa sensación de puro e intenso sentimiento que se dirigía hacia una hermosa, magnífica y pasionalmente dulce Reina Amazona. No había palabras para eso, sólo sentimientos. Dejando sus labios posarse sobre la suavidad de los de Gabrielle, Xena susurró lo único que entonces sabía a ciencia cierta.

 

¾Mi Reina.

 

 

 


Y así descansaron en un estado de infinito bienestar, inmóviles, dejando que el alma de cada una penetrara en la de la otra. La noche había sido larga, gloriosa, y la experiencia sumamente emocional. Unidas, sólo podían maravillarse de la cercanía perfecta que compartían, incapaces de encontrar palabras para definir una dicha tan enorme y completa.

 

Gabrielle todavía cubría a la  guerrera, sus brazos la apretaron con fuerza cuando descansó su mejilla contra el cuello de Xena, en el lugar en que latía su pulso. Sus ojos estaban cerrados y tarareaba en voz muy baja mientras respirable apaciblemente, sintiendo sobre todas las cosas que había encontrado el refugio más seguro y confortable que jamás había conocido. Cada vez que la guerrera respiraba la bardo se sentía más profundamente enamorada, si es que eso era posible.

 

El brazo de Xena estaba asegurado alrededor del cuerpo de Gabrielle, sosteniéndola fuertemente contra ella. Descansando su barbilla sobre la cabeza de la bardo, percibía sobre su piel la suave respiración de Gabrielle. Sonrió para sí misma y apretó aquel cuerpo antes de atraer la otra mano, entrelazada con la de Gabrielle, hasta sus labios. Con un beso suave entre sus dedos, la guerrera le devolvió aquel amor que tan fácilmente le había sido entregado. Xena había sido conquistada de buen grado.

 

Esa noche había sido, cuanto menos, exquisitamente poderosa, pero ante todo Xena había probado su fe hacia Gabrielle. Se había permitido abandonar el férreo control que mantenía siempre sobre sí misma y depositar su total confianza en la bardo. No era que tuviese dudas, sino que nunca había dejado a nadie llegar tan dentro de su corazón como a Gabrielle. A veces daba miedo comprobar cuán profundamente amaba a la mujer que tenía entre sus brazos. La  guerrera se sintió como no se había permitido sentir en mucho tiempo, vulnerable. Lo más sorprendente era que no le dañaba sentirse así, y sabía que era porque Gabrielle la amaba de un modo tan dulce como sólo la bardo sabía. Ella había dejado entrar a Gabrielle sin condiciones y confiado en ella sin límites. Ciertamente aquello... aquello era la autentica libertad.

 

Sus azules ojos centellearon cuando sintió a Gabrielle moverse, cruzar los brazos sobre su pecho y colocar su barbilla sobre las manos, sonriendo a la guerrera. El pelo dorado de la bardo estaba alborotado, y mechones de un rubio claro mezclado con tintes rojizos caían en cascada sobre sus hombros. Aquella arruga en su nariz afloró cuando rió y Xena no pudo  menos que rodearla con sus brazos y atraerla fuertemente contra sí. El calor del cuerpo de su amante la cubrió completamente. Suavizando su mirada, Xena sonrió y habló en voz baja.

 

¾Hola...

 

Sintió la ligera risa de Gabrielle mientras seguía sonriendo. Xena se movió un poco y dejó que su pie rozara el de Gabrielle. La bardo miró a Xena y casi comenzó a levantarse mientras se dirigía a ella.

 

¾Hey, ¿quieres que me retire?

 

La  guerrera la agarró con más fuerza y rió sacudiendo la cabeza.

 

¾Ni hablar. Te quiero exactamente ahí.

 

Gabrielle se rió y movió sus caderas un poco, puesto que su vientre todavía descansaba de pleno contra el de la guerrera. Aspirando profundamente, Gabrielle dejó sus ojos ser capturados por la azul profundidad y sonrió ligeramente.

 

¾¿Sabes, Xena? Creo que estoy enamorada de ti.

 

Sintió la profunda y grave risa de la guerrera bajo su cuerpo mientras le sonreía y llevaba una de sus manos hasta el pelo de la bardo. Su corazón estaba completamente preso de la joven mujer que yacía entre sus brazos, y nunca intentaría liberarlo. Con su habitual voz profunda, Xena levantó una ceja hacia Gabrielle.

 

¾Oh, eso crees, ¿eh?

 

¾Mmmm...

 

Era todo lo que Gabrielle podía responder. Cerrando los ojos, siguió sonriendo mientras la mano de Xena se movía por su cuello y sus hombros, tocándolos y acariciándolos con cuidado. El día de hoy había sido pura felicidad. La guerrera que yacía bajo ella nunca dejaba de sorprenderla. Xena le había permitido amarla de un modo que la dejaba muy vulnerable. Gabrielle sabía que sólo porque Xena confiaba absolutamente en ella le había cedido el control que estaba acostumbrada a mantener. Resultaba incluso doloroso para el corazón de la bardo comprobar cuánto estaba dispuesta a darle Xena. Gabrielle nunca se aprovecharía de aquella  confianza y aquel amor. En todo caso, lo defendería con su propia vida.

 

Una mano en su cintura la devolvió a la realidad y Gabrielle abrió los ojos. Xena estaba sonriendole con una de sus cejas ligeramente levantada y uno de sus dedos enganchado en el cinturón de cuero. Tirando levemente de él, Xena elevó su ceja aún más mientras su voz retumbaba de forma simpática.

 

¾Entonces es ahí donde fueron a parar todos tus dinares, ¿huh?

 

Gabrielle se ruborizó un poco y sonrió. Oh sí, su... compra. Mordiéndose el labio inferior, la bardo dejó escapar una risa ahogada y se cubrió los ojos con la mano. Tenía gracia que sintiera timidez sobre eso ahora, pero así era Gabrielle. Atisbando entre sus dedos, la bardo captó el centelleo de los ojos de la guerrera y la sonrisa sobre su cara. Al apartar su mano sonrió.

 

¾Bueno, um... ya sabes... no estaba segura de si te gustaría o lo que pensarías...

 

Asiendo la mano de Gabrielle con la suya, Xena la elevó y la besó antes de que sus ojos se pusieran serios. Con voz tranquila, le habló a su amante.

 

¾Gabrielle, nunca, jamás debes preocuparte de que no me guste ­algo que hagas o quieras. Creo que me conoces lo suficiente como para saber eso.

 

Gabrielle afirmó con la cabeza, sonriendo de nuevo cuando vio los labios de la guerrera formar una ligera sonrisa. La guerrera había dicho exactamente lo que ella necesitaba oír. Por supuesto, era lo que sentía en su corazón, pero también algo hermoso de escuchar.

 

¾¿Gabrielle?

 

Los ojos de la bardo fueron hacia Xena y le prestó total atención. Elevando una de sus manos, Xena llevó las yemas de sus dedos sobre la cara de Gabrielle, como memorizando su aspecto en ese momento. Con un susurro, la guerrera habló.

 

 ¾¿Sabes lo mucho que te quiero?

 

Gabrielle continuo mirando en el interior de ese azul y lo que encontró allí rivalizó con la profundidad y la claridad del océano. Tragó saliva y afirmó despacio con la cabeza mientras la mano de Xena se detuvo sobre su mejilla. Sonriendo suavemente, la guerrera cerró los ojos un segundo y los abrió de nuevo cabeceando también un poco. Con una gran sonrisa, habló de nuevo.

 

¾Bien, porque eso nunca va a cambiar. Estás en mí, bardo.

 

Gabrielle le sonrió también. Apretando a Xena con fuerza, los ojos verdes de la bardo centellearon mientras levantaba una de sus doradas cejas y balanceaba la cabeza ligeramente.

 

¾Estar en ti, estar sobre ti, dentro de ti... por mi parte no hay problema.

 

Sintió a Xena reír, con aquella magnifica risa que la guerrera reservaba sólo para ella. Tal vez el amor era eso, una oleada de alegría que se extendía y cosquilleaba de la cabeza a los pies. Eso hizo a Gabrielle querer reír y llorar al mismo tiempo. Nada se le podía comparar.

Gabrielle se movió un poco y sonrió. Viendo la ceja levantada de Xena, la bardo se sintió que algo tiraba del cinturón alrededor de su cintura y oyó la suave y sedosa voz de la guerrera.

 

¾Esto es ajustable, ¿verdad?

 

Gabrielle cerró los ojos y sonrió, dejando que su mejilla reposara de nuevo contra el pecho de la guerrera, abrazando estrechamente a Xena. Con voz soñolienta, la bardo murmuró contra la piel de su amante.

 

¾Oh sí...

 

Sintió la risa ahogada de la guerrera retumbando bajo ella mientras satisfecha se acomodaba sobre Xena. El amor la inundó mientras ronroneaba y anidaba su cara en el cuello de la guerrera. ¿Sería posible quedarse allí, simplemente así, sin moverse, para siempre? La cadenciosa respiración de Xena estaba empezando a acunarla hacia un lugar de pura calidez, mientras las manos de la guerrera le acariciaban la espalda.

 

De repente, Gabrielle recordó. Levantando su cabeza, se encontró a Xena con los ojos cerrados y una sonrisa en la cara. Uno de sus azules ojos se abrió despacio y la miró con una ceja ligeramente levantada.

 

¾¿Xena? ¿Qué pasa con nuestra apuesta? ¿Quién ganó?

 

Haciendo descender su cabeza, Xena dejó que sus labios besaran suavemente la frente de la bardo antes de recostarse de nuevo y cerrar los ojos. Agarrando parte de la sabana de seda, la lanzó a medias sobre sus cuerpos, de forma que su frescura les produjo una divina sensación sobre su acalorada piel. Sus brazos rodearon a Gabrielle, estrechándola mientras murmuraba.

 

¾Diría que ambas hemos ganado, ¿tú no?

 

Gabrielle sonrió y abrazó a la guerrera. No podía discutir esa afirmación, ¿verdad? Bueno, técnicamente podría, ¿pero para qué? Había sido Reina por una noche y realmente, eso era como si le hubiesen entregado el tesoro Sumerio. Apoyando de nuevo su cabeza en el pecho de Xena, movió sus caderas ligeramente y sonrió cuando la guerrera murmuró algo incoherente.

 

Asentándose, ambas se relajaron en un lugar realmente pacífico, donde sus corazones latían en sincronía y su respiración llevaba el mismo ritmo tranquilo. Las velas iluminaban la habitación, perfumada con un aroma de delicadas flores y especias. La música de la habitación de abajo se había desvanecido hasta quedar convertida en un leve pieza instrumental, apenas audible. Atenas estaba empezando a ser una de sus paradas favoritas, y particularmente esa posada, un lugar donde podían renovarse y amarse en sus propias condiciones. Pero en realidad, sin importar dónde estuvieran, Xena y Gabrielle llevaban con ellas sus lugares y sus momentos. Después de todo, esa vida en particular era corta y había mucho amor que compartir.

 

¾¿Xena?

 

La voz de Gabrielle rozó ligeramente contra el cuello de la guerrera y, flotando lentamente, las rodeó.

 

¾¿Hmm?

 

La queda respuesta de Xena vibró como un trueno distante entre ellas, leve y poderoso.

 

¾¿Puedo ser yo la esclava ahora?

 

La guerrera exhaló un suspiró en medio de una risa ahogada mientras se sonreía maliciosamente y estrechaba a la bardo contra ella.

 

¾Oh sí...

 

 

 

 


Y así fue.

 

 


Colofón: Esta historia fue escrita con la inestimable ayuda (y la inspiración) de ROC en La Búsqueda, Tangerine Wavelength Fruitopia y la música de Sarah McLachlan -- el CD "Touch" completo.